Estamos viviendo unos
momentos de gran incertidumbre en todos los estamentos sociales. Todos ellos
aparecen “tocados”. Desde la educación, sanidad, seguridad, administración de
la Justicia, persecución del delito, gobernabilidad, promulgación de leyes y su
ejecución, andan seriamente a la deriva. Hace unos días el mismo legislador
Mesías Guevara, presidente del Comité de investigación sobre Ancash decía que “Mientras
los congresistas sí sancionamos a nuestros pares (yo diría que no siempre), eso
no sucede en el Poder Judicial ni en el Ministerio Público. No he visto
sancionar a un Juez o a un Fiscal”. Y es que en este país el espíritu de cuerpo
se ha introducido, enseñoreado y adueñado de todos sus estamentos con los
riesgos que ello conlleva. Principalmente el de la corrupción. Socialmente es
muy difícil de asumir los numerosos y elevados casos de entredicho y
contestación en que se encuentran cargos jerárquicos de nuestras instituciones.
Recientemente han sido expulsados de la Policía Nacional, numerosos altos
mandos al ser responsables de actos corruptos. Al igual que otros tantos casos
de Presidentes Regionales y/o Alcaldes municipales. El Ministerio Público con
sus jefes a la cabeza se halla en una situación institucional francamente
deplorable al encontrarse bajo la atenta lupa del Consejo de la Magistratura.
Próximamente les tocará el turno a algunos titulares de la Judicatura que
tendrán que empezar a rendir cuentas. Y mientras tanto, los futuros regidores o
mandamases en numerosos casos, mintiendo en sus hojas de vida, falseando datos,
asignándoles falsos porcentajes de
intención de voto en las encuestas, y aspirando gran parte de ellos a ejercer
el autoritarismo que han practicado o aprendido en estos años anteriores. ¡Qué
dirían nuestros reverenciados antecesores incas si levantaran la cabeza y
vieran en que se ha convertido su adelantada, ordenada y socializada cultura
social! Y como colofón de todo ello vemos como los ajustes de cuentas
continúan, ya no solo con nocturnidad, sino con mayor alevosía a plena luz del
día, ante la presencia de niños y sin importar los daños físicos y colaterales
que producen. Y todo esto que nos está pasando ¿a qué se debe?, ¿por qué está
ocurriendo?, ¿cuáles son las causas?, ¿dónde está el origen?
Estas interrogantes tienen
una complejidad variada.
En el fondo de este problema,
subyace algo que es común en todos los casos: la ausencia o tergiversación de
valores. Para entender la crisis en la que estamos inmersos, es conveniente
acudir a la historia reciente, finales del siglo XIX y XX, donde aparecen los
principios filosóficos y económicos que han dado origen con su consiguiente
manipulación a la situación grave que estamos viviendo y que va en aumento.
En el siglo XIX en el campo
Internacional del pensamiento conservador fue el filósofo Joseph de Maistre,
quién tras la Revolución Francesa, sostuvo que la Ilustración fue el motor de la desaparición de la Monarquía
y por ello defendía el retorno del orden del Antiguo Régimen. Su corriente
conservadora ampliamente respaldada dio paso a una concepción política basada
en la tradición, que se convirtió en el ideario de la derecha política. A
mediados del siglo XX, ese ideario es retomado por otro filósofo y economista
austriaco llamado Friedrich Hayek con gran prestigio adquirido al llegar el
neoliberalismo de los recientes años 90. Su triunfo fue póstumo pues murió el
año 91. Este hombre había predicho la caída de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) y la asimilación del nazismo con el totalitarismo
comunista. Hayek postuló la necesidad de la desigualdad, pues el ascenso
socioeconómico era la motivación masiva de la humanidad, y según él el progreso
económico era el gran motor de la creatividad y el ingenio, pues sin lucro no
había desarrollo. Así pues el estado debía propiciar el incremento de las
oportunidades pero nunca subvencionar a los vagos y a los perezosos, cosa
lógica. El gran responsable de todos los males era el Comunismo por intentar
conducir al mundo hacia un fin predeterminado, impidiendo la espontaneidad y la
creatividad, que dieron paso al mercado, al lenguaje especializado y al derecho
natural. De aquí sale la idea fundamental de Hayek, que no es otra que “el
Imperio de la Ley”, consistente en que para conseguir sus propias metas los
individuos acuerdan sus propias reglas de convivencia. Administrarla es tarea
de la política, que debe imponer sus criterios con fuerza y rigor. Así, “el
Imperio de la Ley” puede admitir sendas posturas: Una, el Estado serio que
ejerce su autoridad mediante la implementación de sus leyes y otra, el
autoritarismo que defiende enérgicamente el libre mercado. Esta última es la
que aquí se aplica actualmente.
Hasta aquí la idea
fundamental que ha servido de motor de desarrollo en la sociedad hasta los años
90.
A partir de los 90, las ideas
de Hayek son inclinadas claramente hacia
el mercantilismo del libre mercado que para mejor entenderlo les recomiendo la
lectura de un libro recientemente editado, cuyo título es “Lo que el dinero no puede comprar” de Michael Sandel .
En síntesis lo que los dice
el autor de esta obra son las consecuencia de la expansión de los mercados (multinacionales,
bancos, empresas crediticias, etc, etc) hasta casi todos los espacios de la
vida social actual, y el consiguiente desplazamiento de valores fundamentales,
empezando por el respeto y la dignidad de las personas. Lo que empezó hace unos
30 años conociéndose como Neoliberalismo ha dado lugar actualmente a una
“cultura del mercado” donde todo tiene un precio. Y cuando todo tiene precio,
la riqueza es lo único que cuenta y la vida de los que no la tiene está
amenazada. Si la única ventaja de ser rico fuera poder comprarse camionetas de
lujo, yates o mansiones no habría mayor problema. Pero cuando el dinero empieza
a invadir a otros ámbitos como la educación, la salud, la justicia, la
seguridad, los títulos académicos, las decisiones políticas, las leyes, las
elecciones, los reglamentos, los procesos fiscales, las sentencia judiciales,
la situación es otra y las amenazas muchas. El autor observa que los mercados
no solo asignan recursos sino también valores y actitudes ante los bienes o
servicios prestados. Una actividad social se ve corrompida y degradada cuando
es sometida o valorada de una forma inferior a la que le corresponde en una
sociedad civilizada. Corromper equivale a “depravar, dañar, pudrir, echar a
perder, alterar y trastocar la forma de algo”. Así pues, podemos afirmar que la
mercantilización extrema de las relaciones humanas ha corrompido la sociedad.
Aquí está el origen de la corrupción generalizada. Hoy en día muchos estudiosos
políticos parecen sorprenderse ante la ingente proliferación de la corrupción
en la vida política, cuando ellos mismo son los que propugnan el crecimiento y
desarrollo desaforado de los mercados en todos y cada uno de los ámbitos de
nuestras vidas. Y así nos va.
Moraleja:” Si no peleas para
acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”.
Así sea.
EL VIGÍA.