“¡Ganamos, ganamos, ganamos!,
¡Gol, Gol, Gol! ¡Golllll de Farfánnnnnn! ¡A Rusia, a Rusia, todos a Rusia!, y
mañana fiesta, fiesta, fiesta, que lo ha dicho el Presidente, que lo ha dicho
el Presidente. Mañana fiestaaaaaa”. Pasaban unos minutos de las diez y media de
la noche del pasado miércoles cuando mi pequeño de nueve años recién cumplidos,
haciendo gala de su enfervorizado forofismo peruano, saltaba de su asiento, a
mi lado, como empujado por un resorte, y abriendo la puerta de la terraza de
par en par gritaba al vecindario una, otra, y otra vez lo que han leído al
principio. Y seguía,” ¡papá, papá, la bocina, la bocina, donde está la bocina? ¡ Mamá, mamita, donde está la bocina? . Por
fin salió con su bocina y todo el vecindario se enteró …………. no de que Perú iba
ganando, que ya deberían saberlo, si no de que allí vivía un ferviente seguidor
de Perú. Continuó el partido y se llegó al descanso. Hablamos sobre cómo
deberíamos afrontar el segundo tiempo, sin complejos, sin temor y a tratar de
meter más goles para asegurar la victoria. Los kiwis, salieron pensando que
aquello podían disfrazarlo de partido de rugbi, en lo que son expertos, y
empezaron a intentar placar, arrinconar y trabar a nuestros jugadores pero no
se habían enterado que allí estaba el habilidoso Cueva, que con sus regates y
filigranas ya en la primera parte les había avisado con el pase mortal de gol
al oportunista Farfán. O el elástico y muy veloz Advíncula, que se escapaba
una, otra y cuantas veces quería de sus contrarios, metiéndoles el miedo en el
cuerpo con un trallazo al larguero a poco de empezar la contienda. Ese fue el
aviso, y el que avisa no es traidor. Aun así,
cabezones que cabezones
insistieron en lo mismo, en el juego duro y primitivo, que si bien allí
en Wellington, en un campo muy reducido les había dado resultado, ahora en un
recinto de juego mucho más amplio y con unos peruanitos que se habían aprendido
la lección muy , pero que muy requetebién, tendrían que cambiar su actuar. Porque
“el flaco Gareca” se había quedado afónico en los entrenamientos dictando su
lección: salir con la pelota controlada, evitar aglomeraciones, realizar cambios
de juego con pases en largo, no ralentizarse con el balón en los pies, y no dar
tregua al contrario. Y vaya si lo cumplieron.
Como decía, empezó el segundo tiempo y los de negro,
que con su oscuro atuendo quizá previeron el resultado final, se lanzaron sobre
la portería bicolor a por todas, pero he ahí, que a los diez minutos escasos, a
la salida de un saque de esquina del ya aludido Cuevita, el morenito Ramos,
como si de Pascua florida fuera, que por
allí pasaba, a lo distraído y sin pedir permiso a nadie no se le ocurrió otra cosa que empalmar un disparo que la proximidad de
la portería hizo que no se fuera a las nubes, entrando como una exhalación en
el marco neozelandés. Ya no les cuento la reacción de mi pequeño, algo
inenarrable, insuperable, maravilloso. Salió una y diez veces a la terraza a
decirle al mundo entero, no solo a los vecinos, que Perú iba al mundial de
Rusia, que íbamos a ganar el mundial, que con Guerrero, meteremos un gol más que el contrario y que
Gallese no tiene nada que envidiar a Bufón pues ya es tan internacional como
él. Continuó el partido con el relajo que da tener dos de diferencia aunque los
atléticos, nunca mejor dicho, números dos y nueve de los isleños se empeñaron
en inquietar continuamente la portería peruana.
Y así fue como faltando poco para el final, el más grandote de entre
todos los grandotes, el nueve, metió un cabezazo descomunal a la salida de un
corner al que Gallese respondió con una Bufonada excepcional, en palabras de mi
hijo, que ahora quiere ser golero. Sin más sobresaltos terminó una festiva
jornada deportiva para dar paso a una noche llena de alegría, entusiasmo
colectivo, y felicidad para todos y en especial para los niños, orgullosos de
sus colores y sobre todo, digámoslo todo, por la festividad del día siguiente.
Las lágrimas inundaron el Estadio Nacional y el entusiasmo del terreno de juego
contagió a los espectadores, no solo a los que estaban en las gradas si no
que la emoción fue de tal intensidad que
la llorera se extendió por el país entero. Y no sabemos si eso fue lo que
originó que el Consejo de Ministros decretara el estado de emergencia en Ancash
y otras zonas previendo futuras
inundaciones. Que todo podría ser. Se trataba del último partido clasificatorio del mundial Rusia 2018 y todos
los noticieros del mundo anunciaron la buena nueva de la clasificación del
equipo peruano, mandando felicitaciones y parabienes para los descendientes de
los incas. Y estos, según cuentan, se juramentaron para seguir dejando bien alto el pabellón nacional.
Ante esta victoria, clara, limpia y transparente,
siempre puede quedar la incomodidad, por no llamarla mal perder del contrario,
como parece ser el caso. El entrenador Anthony Hudson, una vez terminado el
partido se quejó de las increíbles tácticas peruanas que incomodaron a su
selección al recibir una serie de ataques en la víspera del partido ante Perú.
Que no habían podido dormir por los fuegos artificiales y por el ruido de los
aviones, así como que cuando volaban hacia Lima la azafata les dijo que no iban
a Perú si no a Chile. Y claro, la muchachada Kiwi se desestabilizó. Y digo yo:
con lo fácil que lo tenían metiendo un gol más que los chiquitos que se les
enfrentaron.
Con el desarrollo y resultado final de esta
competición de repechaje se pusieron en
clara evidencia varias cosas. Una, aquel
dicho de Aragón (España), mi tierra, que dice: “más vale maña que fuerza” o lo
que es lo mismo, con destreza e inteligencia se obtienen mejores resultados que
con la fuerza. Otra, que con fe y
esfuerzo se pueden conseguir las cimas más elevadas, dejando en evidencia a los
agoreros de siempre que todo lo ven imposible y oscuro. Otra más, que un puñado
de hombres, no muchos más de una veintena, fueron suficientes para con su
triunfo, contagiar a todo un país que se sintió realizado, pleno y eufórico por
el bien hacer de aquellos muchachos. Y finalmente, que deberían tomar buena
nota de lo ocurrido todos aquellos que están más que dirigiendo, jugando con el
pueblo peruano, y sólo son capaces de marcar tantos en propia puerta y ninguno
en beneficio de la colectividad. Bravo muchachos, habéis cumplido ampliamente
con vuestro cometido y dado un auténtico ejemplo a chicos y grandes de lo que
es un auténtico equipo. Felicidades.
Moraleja: “Los individuos marcan goles pero los
equipos ganan partidos” (Zig Ziglar)
Así sea. EL VIGÍA