sábado, 2 de diciembre de 2017

ARTÍCULO: EL PESCADOR DE COPLAS

EL PESCADOR DE COPLAS
A una edad muy temprana me inicié en la pesca. No tendría más de seis años cuando mi padre me regaló mi primera caña de pescar. Fue él mi profesor, no sólo de Lengua, Matemáticas, Geografía y Ciencias Naturales, sino el que me inició en la práctica de ese arte milenario. Algunos de los que hemos nacido tierra adentro, también hemos tenido la oportunidad de aprender a pescar, aunque sólo sea una pesca menor como es la deportiva. La pesca deportiva aunque pueda ser considerado menor con relación a la pesca industrial o de altura y la artesanal o de bajura, puede ser mayor en lo que a conocimientos se refiere sobre peces y sus alimentos (cebos), tipos de unos y otros, aguas, corrientes, temperaturas, horas diurnas o nocturnas, útiles de pesca, aparejos, anzuelos, nudos etc, etc y sobre todo, cómo debían cuidarse y devolver a su origen los pescaditos o pescadazos, pues de todo hay en las corrientes de agua. Nací en un pueblito de la geografía española, a orillas de un rio, el Ebro, que sigue siendo el más caudaloso de España y donde mi padre ejercía su profesión de maestro. Entre otras muchas aficiones, mi papá practicaba asiduamente la pesca deportiva, lo que le llevó a conocerla en profundidad, o lo que es lo mismo, convertirse en  un gran pescador. He sido testigo de cómo pescó en el Ebro, siempre con caña de bambú, carpas comunes (ciprínidos) de gran tamaño, de los que no especifico medidas ni pesos para una mayor credibilidad de lo que digo, pues sabido es que tanto cazadores como pescadores solemos agrandar las proezas deportivas. Aprendí a pescar con caña de bambú, sedal de nailon (nylón) y carrete, como mi padre, así como a conocer las características de peces como las madrillas, muy parecidas a la anchoveta peruana, los barbos, carpas, percas, y tencas, todos ellos del orden de los ciprínidos, sin olvidar la anguilas con su forma de reptil. En las aguas frías de las montañas, la trucha de arco iris con su dificultad de captura por su habilidad para no picar  los señuelos y en las aguas tranquilas de embalses, represas, y lagos, el voraz Lucio ( Esox Lucius) depredador por excelencia, no sólo de otros peces sino también de pequeñas aves e incluso otros animalillos, que llegan a medir más de un metro y varias decenas de kilos. Pero lo que más llamó mi atención infantil fue lo primero que aprendí: tenía que devolver al río los pescaditos pequeños, y lo segundo, que debía cuidar el río por ser fuente de riqueza. Recuerdo que al principio volvía a casa, que estaba muy cerca del río, con un cubo con agua repleto de peces, para enseñárselos a mi mamá a modo de trofeo y ésta me decía cuales tenía que devolver al río por ser muy pequeños. Más adelante, entre los útiles de pesca llevaba un palito de 9cm, que utilizaba con cada uno de los pescaditos que sacaba para comprobar su medida, y si no la cumplían devolverlos al agua. En numerosos casos tuve que hacerlo. Y aprendí que un pez que esta fuera del agua por más de 15 segundos, aunque siga viviendo, es muy posible que sufra daños neurológicos irreversibles, o que sacarle el anzuelo debe hacerse con sumo cuidado si va a devolverse al agua, para evitarle daños irreparables, o que esa especie de grasa que los cubre y hace que se resbalen en nuestras manos al cogerlos es una protección que tienen para evitar bacterias o rasguños en los lechos de las aguas, o el esmero y cuidado con el que las hembras hacen con su dorso pequeños hoyos entre la grava o piedras del fondo, para depositar los huevos que más tarde serán fecundados por los espermatozoides de los machos que la siguen. En fin, aquella afición me sirvió para acercarme a la naturaleza y sobre todo a respetarla y cuidarla.
He leído con auténtico estupor cómo la máxima autoridad del Ministerio de la Producción hace unas declaraciones por intermedio de un correveidile en las que viene a decir que “No se puede dejar arbitrariamente sin trabajo  a todos los trabajadores del sector pesquero industrial” , cuando son éstos, auténticos profesionales y conocedores mejor que nadie del medio en el que se desenvuelven, que no es otro que el Mar de Grau,  los que están pidiendo que se suspendan las actividades extractivas, dado que en el momento actual el 92% de las capturas son de anchoveta juvenil (especie que no se halla en la plataforma continental y que habita en grandes bancos) y por lo tanto inmadura para reproducirse por hallarse en proceso de crecimiento. Datos que son avalados científicamente por ecologistas, e incluso por el organismo técnico correspondiente IMARPE que en sus informes específicos así lo indica y confirma. Hace falta tener poco sentido ecológico, y de futuro, para no entender que la producción de bienes, en este caso primarios naturales, nunca puede ir en detrimento de la fauna autóctona. Los pescadores del lugar hacen muy pero que muy requetebién, denunciando la depredación que pretende imponerse por parte de quien al parecer carece de los conocimientos, sensibilidad, y sentido de Estado necesarios para monitorear la acción pesquera, que al tratarse de una actividad industrial extractiva del medio natural, no puede verse supeditada a la también importante, pero secundaria, industrialización de harinas y/o conservas. Estas últimas deben ser consecuentes en sus demandas  pues saben mejor que nadie, que si no se protege a esas especies, en estos momentos incapaces de reproducirse, se  hará realidad el triste aforismo de “pan para hoy y hambre para mañana”
La copla que nos canta Don Pedro Olaechea quiere asemejarse a alguna de las que cantaba el protagonista de la película ”El pescador de coplas” a mediados del siglo pasado y en la que el protagonista, un pescador de unas marismas, cantaba y encandilaba con su voz al espectador de la época, solo que la copla que nos lanza ahora el tal Olaechea, ni por voz, ni por contenido y no digamos credibilidad tiene capacidad de convencer a alguien y mucho menos si son avezados pescadores.
Toparse con una autoridad, con minúsculas, que no sabe o no parece saber los principios más elementales de la ecología preventiva y que dicta normas que van en su contra, no parece el idóneo para dirigir industria extractiva alguna y menos aquella en la que su fauna se halla en peligro de extinción, como es la pesca de la anchoveta. Otra cosa bastante diferente son los intereses mezquinos de la industria conservera y harinera, poderosas industrias, cuya irresponsabilidad se manifiesta si mandan sus barcos a esquilmar los bancos juveniles de nuestro mar. Es el Ministerio Público quien tiene que actuar de oficio, sin más dilación, contra el desafuero ecológico que se está produciendo.
Moraleja: “La devolución juvenil que hagas hoy será tu pesca de mañana”

Así sea. EL VIGÍA

No hay comentarios:

Publicar un comentario