EL PESCADOR
DE COPLAS
A una edad muy temprana me inicié en
la pesca. No tendría más de seis años cuando mi padre me regaló mi primera caña
de pescar. Fue él mi profesor, no sólo de Lengua, Matemáticas, Geografía y
Ciencias Naturales, sino el que me inició en la práctica de ese arte milenario.
Algunos de los que hemos nacido tierra adentro, también hemos tenido la
oportunidad de aprender a pescar, aunque sólo sea una pesca menor como es la
deportiva. La pesca deportiva aunque pueda ser considerado menor con relación a
la pesca industrial o de altura y la artesanal o de bajura, puede ser mayor en
lo que a conocimientos se refiere sobre peces y sus alimentos (cebos), tipos de
unos y otros, aguas, corrientes, temperaturas, horas diurnas o nocturnas,
útiles de pesca, aparejos, anzuelos, nudos etc, etc y sobre todo, cómo debían
cuidarse y devolver a su origen los pescaditos o pescadazos, pues de todo hay
en las corrientes de agua. Nací en un pueblito de la geografía española, a
orillas de un rio, el Ebro, que sigue siendo el más caudaloso de España y donde
mi padre ejercía su profesión de maestro. Entre otras muchas aficiones, mi papá
practicaba asiduamente la pesca deportiva, lo que le llevó a conocerla en
profundidad, o lo que es lo mismo, convertirse en un gran pescador. He sido testigo de cómo pescó
en el Ebro, siempre con caña de bambú, carpas comunes (ciprínidos) de gran
tamaño, de los que no especifico medidas ni pesos para una mayor credibilidad
de lo que digo, pues sabido es que tanto cazadores como pescadores solemos agrandar
las proezas deportivas. Aprendí a pescar con caña de bambú, sedal de nailon (nylón)
y carrete, como mi padre, así como a conocer las características de peces como
las madrillas, muy parecidas a la anchoveta peruana, los barbos, carpas,
percas, y tencas, todos ellos del orden de los ciprínidos, sin olvidar la
anguilas con su forma de reptil. En las aguas frías de las montañas, la trucha
de arco iris con su dificultad de captura por su habilidad para no picar los señuelos y en las aguas tranquilas de
embalses, represas, y lagos, el voraz Lucio ( Esox Lucius) depredador por
excelencia, no sólo de otros peces sino también de pequeñas aves e incluso
otros animalillos, que llegan a medir más de un metro y varias decenas de
kilos. Pero lo que más llamó mi atención infantil fue lo primero que aprendí:
tenía que devolver al río los pescaditos pequeños, y lo segundo, que debía
cuidar el río por ser fuente de riqueza. Recuerdo que al principio volvía a
casa, que estaba muy cerca del río, con un cubo con agua repleto de peces, para
enseñárselos a mi mamá a modo de trofeo y ésta me decía cuales tenía que
devolver al río por ser muy pequeños. Más adelante, entre los útiles de pesca
llevaba un palito de 9cm, que utilizaba con cada uno de los pescaditos que
sacaba para comprobar su medida, y si no la cumplían devolverlos al agua. En
numerosos casos tuve que hacerlo. Y aprendí que un pez que esta fuera del agua
por más de 15 segundos, aunque siga viviendo, es muy posible que sufra daños
neurológicos irreversibles, o que sacarle el anzuelo debe hacerse con sumo
cuidado si va a devolverse al agua, para evitarle daños irreparables, o que esa
especie de grasa que los cubre y hace que se resbalen en nuestras manos al cogerlos
es una protección que tienen para evitar bacterias o rasguños en los lechos de
las aguas, o el esmero y cuidado con el que las hembras hacen con su dorso pequeños
hoyos entre la grava o piedras del fondo, para depositar los huevos que más
tarde serán fecundados por los espermatozoides de los machos que la siguen. En
fin, aquella afición me sirvió para acercarme a la naturaleza y sobre todo a
respetarla y cuidarla.
He leído con auténtico estupor cómo la máxima
autoridad del Ministerio de la Producción hace unas declaraciones por
intermedio de un correveidile en las que viene a decir que “No se puede dejar
arbitrariamente sin trabajo a todos los
trabajadores del sector pesquero industrial” , cuando son éstos, auténticos
profesionales y conocedores mejor que nadie del medio en el que se desenvuelven,
que no es otro que el Mar de Grau, los
que están pidiendo que se suspendan las actividades extractivas, dado que en el
momento actual el 92% de las capturas son de anchoveta juvenil (especie que no
se halla en la plataforma continental y que habita en grandes bancos) y por lo
tanto inmadura para reproducirse por hallarse en proceso de crecimiento. Datos que
son avalados científicamente por ecologistas, e incluso por el organismo
técnico correspondiente IMARPE que en sus informes específicos así lo indica y confirma.
Hace falta tener poco sentido ecológico, y de futuro, para no entender que la
producción de bienes, en este caso primarios naturales, nunca puede ir en
detrimento de la fauna autóctona. Los pescadores del lugar hacen muy pero que
muy requetebién, denunciando la depredación que pretende imponerse por parte de
quien al parecer carece de los conocimientos, sensibilidad, y sentido de Estado
necesarios para monitorear la acción pesquera, que al tratarse de una actividad
industrial extractiva del medio natural, no puede verse supeditada a la también
importante, pero secundaria, industrialización de harinas y/o conservas. Estas
últimas deben ser consecuentes en sus demandas
pues saben mejor que nadie, que si no se protege a esas especies, en
estos momentos incapaces de reproducirse, se hará realidad el triste aforismo de “pan para
hoy y hambre para mañana”
La copla que nos canta Don Pedro Olaechea quiere
asemejarse a alguna de las que cantaba el protagonista de la película ”El
pescador de coplas” a mediados del siglo pasado y en la que el protagonista, un
pescador de unas marismas, cantaba y encandilaba con su voz al espectador de la
época, solo que la copla que nos lanza ahora el tal Olaechea, ni por voz, ni
por contenido y no digamos credibilidad tiene capacidad de convencer a alguien
y mucho menos si son avezados pescadores.
Toparse con una autoridad, con minúsculas, que no
sabe o no parece saber los principios más elementales de la ecología preventiva
y que dicta normas que van en su contra, no parece el idóneo para dirigir
industria extractiva alguna y menos aquella en la que su fauna se halla en
peligro de extinción, como es la pesca de la anchoveta. Otra cosa bastante
diferente son los intereses mezquinos de la industria conservera y harinera,
poderosas industrias, cuya irresponsabilidad se manifiesta si mandan sus barcos
a esquilmar los bancos juveniles de nuestro mar. Es el Ministerio Público quien
tiene que actuar de oficio, sin más dilación, contra el desafuero ecológico que
se está produciendo.
Moraleja: “La devolución juvenil que hagas hoy será
tu pesca de mañana”
Así sea. EL VIGÍA
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