La celebración del DÍA DE LA
MADRE, es a mi modesto entender el más entrañable de cuantos se conmemoran a lo
largo del año. En todas las civilizaciones se ha rendido homenaje a quien nos
trajo al mundo, tras nueve largos y pesados meses de llevarnos en sus entrañas,
con sus ilusiones y mejores deseos para el que viene en camino y que no siempre
llega con “el pan debajo del brazo”. Nuestros respetos a Quillamama la Madre
Luna, a Pachamama la Madre Tierra y a María Madre de Jesús. Y por supuesto, mi
más efusiva felicitación a todas aquellas mujeres que han tenido la dicha,
reservada únicamente a ellas, de traer hijos al mundo.
Como es un día muy importante
para cualquier madre, me he tomado la licencia de escribirle una carta a la mía
para que vea que no me he olvidado de ella.
CARTA A MI
MADRE
Querida madre:
Sé que cuando leas estas
líneas desde allá arriba sonreirás y dirás:” Mis hijos se acuerda de mi”. ¿Cómo
no vamos a recordarte, madre nuestra, si tú has sido todo para nosotros?
Yo te sigo llevando muy dentro y tu recuerdo
es algo mucho más que eso, pues has sido, eres y serás mi vida, que me la diste
al nacer; me mimaste y cuidaste como tú sólo sabias hacerlo en mi niñez; me
orientaste y guiaste con tus consejos en mi juventud y ya de adulto te
brillaban los ojos de felicidad y alegría cuando te visitaba.
Al poco de nacer tuviste que
soportar avergonzada, mis lloros continuos y exasperantes, hasta el extremo de
tener que aguantar también los gritos y protestas de los vecinos, en aquellas
noches de verano intensamente calurosas en las que se intentaba dormir y
descansar con las ventanas y balcones abiertos de par en par. “¡¡Señora, ése
niño, que se calle!! ¡¡ Todas las noches igual!! ¡¡Ya vale, ya está bien!!”
En mi primera infancia tus
desvelos y protección fueron constantes. ¿Te acuerdas cuando tuviste que llamar
al orden a Cesar, el “matoncillo” de turno que me tenía amargado en la escuela
primaria? Yo lo recuerdo con alivio.
Más tarde, ya jovenzuelo tu
buena y acertada reprimenda, diciéndoselo también a mi padre, cuando te
enteraste que mi primera “novia” Dorita (teníamos trece años), hija de
estanquero, me regalaba cigarrillos que me fumaba en el patio del colegio.
Posteriormente, en mis años
estudiantiles, me alentaste y apoyaste como nadie lo hizo al mismo tiempo que
afloraba la grave enfermedad crónica de papá que hizo de ti su esclava
enfermera. Lo sobrellevaste con mucha entereza y fuerza hasta el fin de sus
días, tanta que no sé de donde la sacabas para llegar a todo tu solita: atender
al enfermo, cuidar a tus cinco hijos, la casa, la compra, la cocina, etc. etc.
y por si esto fuera poco, irte al “Refugio” a cocinar, atender y servir
gratuitamente a los necesitados de la ciudad. Impresionante lo tuyo mamita del
alma. A esos años aprendí con tu ejemplo, lo que es la abnegación, el sentido
del deber y la solidaridad con el prójimo, virtudes y valores que derramaste
por doquier y marcaron mi existencia. Te sigo queriendo muchísimo mamita
Pilarín. Sonríe, pues estoy hablándote a ti mi amor.
Ya viuda, muy joven,
rehiciste tu vida con las manualidades de esmaltes, cuadros y figuras
decorativas que conservamos todos tus hijos. Yo las guardo con mucho cariño,
afecto y devoción pues al contemplarlas te veo a ti mamita, sentadita con tu
delantal y tus útiles manipulando pinceles, pinturas, espátulas, escayolas,
láminas y marcos para hacer auténticas obras de arte. Joyas.
Siempre supiste sobrellevar
sin mención alguna, la frialdad y el desapego de quien por proximidad a mí y a ti,
te debía al menos algo de afecto. Nunca me mencionaste, por prudencia, las
“recomendaciones” que te hacía otra señora sobre la posible descendencia que
debería tener con su hija, mi primera esposa.
Imborrable, la advertencia
que me hiciste sobre el trato que debería darle a la que entonces era mi novia
y hoy es mi mujer: “Como me entere, hijo mío , que a esta chica que es muy
jovencita no la tratas bien , y no la respetas como se debe y merece, me
enfadaré seriamente contigo. ¡Que no me entere yo!. ¡Te lo digo muy en serio!”.
Así fue como madre y esposa iniciasteis una relación de amistad que más tarde se convirtió en mutuo y
profundo cariño.
Posteriormente, fuimos
saliendo de casa y te quedaste solita y, siempre recibías con alborozo,
satisfacción y muchísima alegría la llegada de alguno de tus hijos.
A mí, que soy el mayor, siempre me tuviste como
el centro de tus ojos y cuando me recibías decías:” ¡¡Pero qué guapo eres
hijo!!” al mismo tiempo que me abrazabas. Era clarísimo tu amor desmedido por
todos nosotros.
Hasta muy mayor, continuaste
siendo una mujer hermosa, rubia, con un llamativo lunar en la mejilla y guapa,
muy guapa, que nunca te abandonaste como persona y que siempre durante toda tu
vida estuviste en disposición de arreglarte lo más posible para estar presentable
y producir buena impresión. Seguro que continúas siendo muy coqueta.
Al final de tus días aquí, te
fuiste mamita, poquito a poco, sabiéndolo, y también que estábamos todos
contigo, a tu lado. Y así continuamos.
Hasta luego Pilarín. Un beso,
madre.
El mayor.
Hasta aquí la carta a mi
madre.
Les invito amigos a que en esta celebración
homenajeen a la suya. Si está aquí, aprovéchenlo, haciéndole presente con sus
palabras, llamada telefónica, visita o acariciando simplemente su mano, su amor
por ella y si es que ya se ha ido, dedicándole unos minutos de recuerdo a
tantas y tantas vivencias hermosas que les proporcionó durante su presencia, en
la seguridad de que allí donde esté, sus ojos brillarán con intensidad al saber
que la siguen queriendo.
Moraleja: Madre no hay más
que una y, torpe y desagradecido es quien no la disfruta.
Así sea.
EL VIGÍA.
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