Hace unos días, andando
apresuradamente por Elías Aguirre muy cerca de Pardo, de pronto noté que algo
me impactaba en mi pierna junto al pie. Al mismo tiempo que me detenía y giraba
el torso para ver que había sido, vi que se arrodillaba un muchacho y recogía
mi llavero que acababa de caerse. Nos miramos. Extendí mi mano y él encogió su
brazo retirando la suya.” Dame el llavero”. Contestó: “ ¡Es mío , me lo he
encontrado”! Lo cogí del hombro pues era un niño y lo metí en un bar que había
al lado. Nos sentamos junto a una mesa. “¿Por qué dices que es tuyo y que te lo
has encontrado si sabes que se me acaba de caer del bolsillo y es mío?” Bajó la
mirada y se hizo el silencio. Insistí: “¿Por qué me has dicho eso?” Siguió sin
mirarme y permaneció el silencio. Pasaron unos largos segundos. “¿Cómo te
llamas?” Levanto su mirada y dijo: David”.”¿Cuántos años tienes?” Contesto:
“siete”, y ¿Dónde vives? Se quedó mirándome fijamente: “En 2 de junio”. “Oye
David, quieres beber algo? rápidamente dijo:” Un jugo de durazno”.
Con el jugo, se inició el
milagro. Me preguntó: ¿Y tu cómo te llamas? Se lo dije. Y también le explique
el significado.
Mientras él se tomaba su jugo
y yo mi café iniciamos una charla que trató de un montón de cosas; desde el
colegio al que iba, sus amigos, su mamá ( no tenía papá), sus aficiones, el
fútbol ( es del Barcelona, como yo) y otras muchas cosas más. Entonces fue
cuando volví a insistir: “David, ¿qué te parece si me devuelves el llavero?” Me
miró y rápidamente lo sacó de su bolsillo y lo puso sobre la mesa a mi alcance.
“Gracias David” Me miró y sonrió. Extendí mi brazo con la palma abierta hacia
él y rápidamente chocó la suya con la mía. “Amigos” dijo uno y el otro contestó
“Amigos”. Así fue como entre el jugo de durazno y el café por una parte y el
Barça por otra, (parece mentira las puertas que abren), continuamos una conversación
muy amena y distraída. De pronto me dice: ¿Quieres que te diga por qué te dije
que me lo encontré?, pues para que me dieras un sol”. “¿Y para que quieres un
sol?” Bajó su cabeza al mismo tiempo que en silencio le caían dos lagrimones y
bajándose de su silla se acercó a mi oído y susurró:” Vigía, ya deben ser las
tres o las cuatro de la tarde y todavía no he comido nada”. Me conmovió. “¿Qué
es lo que más te gusta?” Le brillaron sus ojos negros: “El pollo con patatas
fritas y mayonesa” Saqué de mi bolsillo un
billete de 10 soles y se los puse sobre la mesa, acercándoselo. Y ahora viene
lo mejor pues nunca pude imaginarlo. Lo rechazó diciéndome: “Quiero comer
contigo”. Por supuesto que ese día comí dos veces.
No continúo pues dejo al lector que ponga el
final que le parezca y saque sus propias conclusiones.
Lo que sí puedo asegurar es que David dispone
de una autoestima excelente y sabe discernir con más claridad lo que está bien de
lo que no. Su dignidad continúa intacta
y bastante mejor que la de muchísimos adultos.
El caso real de David y sus
circunstancias me hicieron reflexionar largamente.
Me vinieron a mi mente un
montón de casos si no similares próximos, aunque David puede darles a todos
ellos autenticas lecciones de dignidad personal.
Tales como:
El
caso del taxista que se “encontró” en su maletero el cochecito de bebé de mi
hijo:
El
caso de otro taxista que “recuperó” los pasaportes de toda la familia.
El
caso del policía que “necesitaba“ dinero para poder investigar.
El
caso de aquel otro policía judicial al que también había que “ayudar” para
detener a un violador localizado y requisitoriado.
El
caso del fiscal al que hubo que ”recordarle” que debía cumplir con su
obligación.
El
caso del “abaratamiento instantáneo” de la papeleta de tránsito.
El
caso de la “fácil, rápida y segura” obtención del brevete.
Y
me quedan varios casos más vividos.
Ahora,
por un momento cambien mentalmente a David por un joven de 18,20 o más años,
pero sin escrúpulos y dignidad y, a mi llavero por su niño/a de 3,4 ó 5 años
que de pronto desaparece de su vista en el supermercado o en el parque de
recreo. Y no lo encuentran. En su desesperación por su desaparición reciben una
nota o llamada en la que le dicen:”He “encontrado” a su hijo/a que estaba
“perdido”. Agradeceré una “propina” de
……………”(pongan ustedes la cantidad).
Atentos,
pues del principio de la narración e esto último hay un paso.
¿Cuántos David, que en este caso es un ángel, de más años,
pero maleados y sin dignidad puede haber? Por desgracia bastantes.
Es
tarea de todos, padres, maestros y sociedad en general los que tenemos que
asumir ese rol docente y decente de que nuestros hijos, alumnos y ciudadanos
crezcan con los valores necesarios para que sean hombres de bien.
No
hará falta recordar que la miseria, tanto económica como cultural es mala
compañera y consejera. Sobre todo la primera, pues es obvio que con el estómago
vacío las ideas y el aprendizaje no pueden ser muy elevados. Y la segunda, la
cultural, puede ser consecuencia aunque no siempre ni mucho menos de la
primera. Ni tampoco debemos olvidar que
una cosa es estar por desgracia en la miseria y otra muy diferente ser un
desgraciado miserable. El caso de David, como habrán visto consiste en que
siendo un niño pobre da auténticas lecciones de dignidad a los despreciables miserables.
¡Adelante DAVID¡
Así sea.
EL
VIGÍA.
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