lunes, 8 de julio de 2013

RELATO: IMPERTINENCIA CONTINUADA

                 

Siempre, desde hace muchos años, quizá por mis principios educacionales no he congeniado con el aprovechamiento que alguien o algo, sea persona o institución pueda hacer en sus funciones, abusando o viviendo del esfuerzo y por lo tanto del dinero ajeno.
Así pues querido lector, entenderás que quien esto escribe tenga bastante atragantado cuanto pueda oler a eso.
Los bancos, que nacieron para el descanso y solaz de la gente, postrando en ellos sus posaderas e incluso dormitando o cabeceando una buena siesta, se convirtieron con el tiempo y el aprovechamiento de unos avispados mercaderes en instituciones que con la excusa de guardar el dinero ajeno lo convierten de una forma u otra, más bien esta última, en unas cuentas de resultados exorbitantes y disparatadas. Sabido es que viven de las inversiones que realizan y de los préstamos que conceden, que los realizan cobrando unos intereses abusivos en unos casos y rayando en la usura en otros.
Cuando vas a visitarles, dependiendo del motivo de la visita eres tratado de una  forma u otra muy diferenciada. Puedes ir a consultar algo, a retirar dinero o a ingresarlo.  
Cuando vas a consultar algo, normalmente eres bien recibido dependiendo del motivo de la consulta. Si consultas las condiciones para ingresar cincuenta mil dólares todo son sonrisas, parabienes, facilidades y brazos abiertos. Eres un señor/a que se lo merece todo. Si por el contrario la consulta es sobre las condiciones de un crédito o préstamo ya no hay sonrisas, ni parabienes, ni facilidades y rápidamente cruzan sus brazos en señal de defensa ante el osado peticionario al que ponen mil y una dificultades en forma de trámites cuando la realidad es que su mayor beneficio lo obtienen prestando ese dinero que les han dejado los clientes que allí los han depositado.
Cuando vas a retirar dinero, ¡hay amigos!, no quieren ni verte y por eso te dirigen al cajero automático, ese desgraciado que o bien está estropeado o con una cola que da la vuelta a la manzana con la consiguiente pérdida de tiempo y aguante de inclemencias. Esa es la pura realidad.
Cuando vas a ingresar una cantidad, como la decisión ya la has tomado y no tienen que convencerte de nada, te reciben con normalidad aunque no siempre es así, Veamos.
Hace unos días traté de ingresar en el Banco Continental (BBVA) unos dólares en la cuenta, por supuesto en dólares de un buen amigo, cliente de ese banco. Previamente fui al cambista de confianza a que me cambiara soles por dólares.
Una vez en la ventanilla y tras hacer una larga cola en la de ATENCIÓN PREFERENTE, que de tal no tiene nada de nada, indiqué a la señorita de turno mi propósito. Di el nombre del cliente, pero al parecer la señorita no tenía acceso a esa cuenta si yo no le proporcionaba el número y para ello me dirigió a otra empleada que estaba en el otro extremo de la sala. Tuve que hacer nueva cola. Por fin me proporcionó el número y volví de nuevo a la cola mal llamada PREFERENCIAL. Llegó mi turno y tras darle los datos entregué a la señorita varios billetes de cien, diez, cinco y tres de un dólar. Los cogió y repasó, retirando los tres de dólar.”Éstos de un dólar no puedo aceptarlos”.”Señorita, ¿por qué no puede aceptarlos?”. Contestó:”Porque están deteriorados”  Le pregunté, ante mi extrañeza:”Y ¿cuál es el deterioro? Contestación:”Están desgastados” Yo no salía de mi asombro. “Por favor  señorita, llame a su jefe”. Inmediatamente acudió un elemento que andaba pululando a espaldas de los empleados de las ventanillas. Un tipo arreglado, con el pelo algo canoso y de aparente buena presencia. “¿Qué ocurre?” La empleada se lo indicó y sin apenas ver los billetes lo confirmó. Pregunté:”Pero ¿son de curso legal o no” Me contestó airado y despectivamente:”Que eran billetes extranjeros y que el curso legal sólo lo tenían los Soles” O sea la contestación de un auténtico acémila. Quien aparentaba una buena presencia, resultó un impresentable y desagradable jefecillo de medio pelo, que en el país del banco originario para el que trabaja hubiera sido amonestado y a la tercera se hubiera ido a la calle.
No conforme con el trato y las explicaciones dadas solicité ver a su jefe inmediatamente superior y displicentemente volvieron a mandarme a ver a la que en principio me había proporcionado el número de cuenta. Tuve que hacer nueva cola. Por fin pude poner sobre su mesa todos los billetes y le solicité los revisara y me dijera si había alguno inservible. Los miró, remiró una y otra vez y por fin emitió su juicio: había uno de diez y otro de cinco no aceptables, cuando momentos antes eran los de un dólar. Para morirse de risa por no llorar. Ni ellos mismos se ponían de acuerdo. Opté por recoger los billetes y cuando ya me iba verdaderamente indignado y muy cabreado pasé ante una ventanilla desocupada y lo intenté de nuevo, siendo atendido por un señor muy amable, al que conozco de vista por haberme servido en otras ocasiones, y sin contarle lo ocurrido, sino diciéndole lo que quería no hubo impedimento alguno. Repasó y contó los billetes realizando la correspondiente transacción con toda normalidad. Esta vez valían todos los billetes. Verdaderamente tercermundista y auténticamente vergonzoso lo ocurrido con anterioridad.
Esta sociedad ha evolucionado poco, pero por lo que veo y a las muestras me remito, los bancos todavía menos, continuando con una actitud prepotente, impresentable e intolerable. Digo esto porque esta misma situación la viví hace seis años estando de vacaciones en Trujillo, en el mismo banco. Rápidamente se solucionó cuando el director supo que yo estaba esperando una transferencia de veinticinco mil dólares del BBVA español. Al tocacojones de la ventanilla, puedo asegurarles que no le quedaron ganas de intentar tocárselos a nadie más. Los billetes eran todos buenos.
Cuando a la salida del banco, le conté a mi cambista lo sucedido me dijo que no le extrañaba pues allí había alguno bastante “tontito”. A mí me tocaron tres.
Si un billete está roto o presenta serias anomalías no debe ser aceptado, pero lo que no es de recibo es la arbitrariedad, impertinencia y falta de profesionalidad de quien tiene la obligación de atender al cliente como lo que es: el que paga, y al final y sin duda alguna, del que vive ¿O no es así?
Como les decía al principio, los tengo bastante atragantados.

Moraleja: Si al banco vas, en guardia estarás, pues dependerá del de turno como saldrás.
Así sea.

EL VIGÍA.

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