Siempre, desde hace muchos
años, quizá por mis principios educacionales no he congeniado con el
aprovechamiento que alguien o algo, sea persona o institución pueda hacer en
sus funciones, abusando o viviendo del esfuerzo y por lo tanto del dinero
ajeno.
Así pues querido lector,
entenderás que quien esto escribe tenga bastante atragantado cuanto pueda oler
a eso.
Los bancos, que nacieron para
el descanso y solaz de la gente, postrando en ellos sus posaderas e incluso
dormitando o cabeceando una buena siesta, se convirtieron con el tiempo y el
aprovechamiento de unos avispados mercaderes en instituciones que con la excusa
de guardar el dinero ajeno lo convierten de una forma u otra, más bien esta
última, en unas cuentas de resultados exorbitantes y disparatadas. Sabido es
que viven de las inversiones que realizan y de los préstamos que conceden, que
los realizan cobrando unos intereses abusivos en unos casos y rayando en la
usura en otros.
Cuando vas a visitarles,
dependiendo del motivo de la visita eres tratado de una forma u otra muy diferenciada. Puedes ir a consultar algo, a retirar dinero o a
ingresarlo.
Cuando vas a consultar algo, normalmente eres bien
recibido dependiendo del motivo de la consulta. Si consultas las condiciones
para ingresar cincuenta mil dólares todo son sonrisas, parabienes, facilidades
y brazos abiertos. Eres un señor/a que se lo merece todo. Si por el contrario la
consulta es sobre las condiciones de un crédito o préstamo ya no hay sonrisas,
ni parabienes, ni facilidades y rápidamente cruzan sus brazos en señal de
defensa ante el osado peticionario al que ponen mil y una dificultades en forma
de trámites cuando la realidad es que su mayor beneficio lo obtienen prestando
ese dinero que les han dejado los clientes que allí los han depositado.
Cuando vas a retirar dinero, ¡hay amigos!, no
quieren ni verte y por eso te dirigen al cajero automático, ese desgraciado que
o bien está estropeado o con una cola que da la vuelta a la manzana con la
consiguiente pérdida de tiempo y aguante de inclemencias. Esa es la pura
realidad.
Cuando vas a ingresar una cantidad, como la decisión
ya la has tomado y no tienen que convencerte de nada, te reciben con normalidad
aunque no siempre es así, Veamos.
Hace unos días traté de
ingresar en el Banco Continental (BBVA)
unos dólares en la cuenta, por supuesto en dólares de un buen amigo, cliente de
ese banco. Previamente fui al cambista de confianza a que me cambiara soles por
dólares.
Una vez en la ventanilla y
tras hacer una larga cola en la de ATENCIÓN PREFERENTE, que de tal no tiene
nada de nada, indiqué a la señorita de turno mi propósito. Di el nombre del
cliente, pero al parecer la señorita no tenía acceso a esa cuenta si yo no le
proporcionaba el número y para ello me dirigió a otra empleada que estaba en el
otro extremo de la sala. Tuve que hacer nueva cola. Por fin me proporcionó el
número y volví de nuevo a la cola mal llamada PREFERENCIAL. Llegó mi turno y
tras darle los datos entregué a la señorita varios billetes de cien, diez,
cinco y tres de un dólar. Los cogió y repasó, retirando los tres de
dólar.”Éstos de un dólar no puedo aceptarlos”.”Señorita, ¿por qué no puede
aceptarlos?”. Contestó:”Porque están deteriorados” Le pregunté, ante mi extrañeza:”Y ¿cuál es el
deterioro? Contestación:”Están desgastados” Yo no salía de mi asombro. “Por
favor señorita, llame a su jefe”.
Inmediatamente acudió un elemento que andaba pululando a espaldas de los
empleados de las ventanillas. Un tipo arreglado, con el pelo algo canoso y de
aparente buena presencia. “¿Qué ocurre?” La empleada se lo indicó y sin apenas
ver los billetes lo confirmó. Pregunté:”Pero ¿son de curso legal o no” Me
contestó airado y despectivamente:”Que eran billetes extranjeros y que el curso
legal sólo lo tenían los Soles” O sea la contestación de un auténtico acémila.
Quien aparentaba una buena presencia, resultó un impresentable y desagradable jefecillo
de medio pelo, que en el país del banco originario para el que trabaja hubiera
sido amonestado y a la tercera se hubiera ido a la calle.
No conforme con el trato y
las explicaciones dadas solicité ver a su jefe inmediatamente superior y
displicentemente volvieron a mandarme a ver a la que en principio me había
proporcionado el número de cuenta. Tuve que hacer nueva cola. Por fin pude
poner sobre su mesa todos los billetes y le solicité los revisara y me dijera
si había alguno inservible. Los miró, remiró una y otra vez y por fin emitió su
juicio: había uno de diez y otro de cinco no aceptables, cuando momentos antes
eran los de un dólar. Para morirse de risa por no llorar. Ni ellos mismos se
ponían de acuerdo. Opté por recoger los billetes y cuando ya me iba
verdaderamente indignado y muy cabreado pasé ante una ventanilla desocupada y
lo intenté de nuevo, siendo atendido por un señor muy amable, al que conozco de
vista por haberme servido en otras ocasiones, y sin contarle lo ocurrido, sino
diciéndole lo que quería no hubo impedimento alguno. Repasó y contó los
billetes realizando la correspondiente transacción con toda normalidad. Esta
vez valían todos los billetes. Verdaderamente tercermundista y auténticamente
vergonzoso lo ocurrido con anterioridad.
Esta sociedad ha evolucionado
poco, pero por lo que veo y a las muestras me remito, los bancos todavía menos,
continuando con una actitud prepotente, impresentable e intolerable. Digo esto
porque esta misma situación la viví hace seis años estando de vacaciones en
Trujillo, en el mismo banco. Rápidamente se solucionó cuando el director supo
que yo estaba esperando una transferencia de veinticinco mil dólares del BBVA
español. Al tocacojones de la ventanilla, puedo asegurarles que no le quedaron
ganas de intentar tocárselos a nadie más. Los billetes eran todos buenos.
Cuando a la salida del banco,
le conté a mi cambista lo sucedido me dijo que no le extrañaba pues allí había
alguno bastante “tontito”. A mí me tocaron tres.
Si un billete está roto o
presenta serias anomalías no debe ser aceptado, pero lo que no es de recibo es
la arbitrariedad, impertinencia y falta de profesionalidad de quien tiene la
obligación de atender al cliente como lo que es: el que paga, y al final y sin
duda alguna, del que vive ¿O no es así?
Como les decía al principio,
los tengo bastante atragantados.
Moraleja: Si al banco vas, en
guardia estarás, pues dependerá del de turno como saldrás.
Así sea.
EL VIGÍA.
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