Como hago todos los días,
esta pasada noche tras contarle a mi pequeño hijo el cuento de costumbre, al
tratarse de la noche de Reyes, hemos estado hablando de la llegada de sus
Majestades los Reyes de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar que llegarán sigilosamente
para dejar juguetes a los niños buenos y, deseos muchos deseos cumplidos a los
mayores de buena voluntad. Mi pequeño tiene mandada una extensa carta a
Baltasar, que es su Rey, en la que tras explicarle que él ha sido bueno y
aplicado le sugiere le traiga Juguetilandia toda enterita. Mi hijo me ha
preguntado qué les pedía yo, y le he explicado para su entender cuáles eran mis
principales deseos: salud, paz y prosperidad.
Finalmente y ya bien entrada
la noche se ha quedado, mejor dicho nos hemos quedado los dos profundamente
dormidos.
He soñado, cosa que hace
mucho tiempo que no conseguía, cosas maravillosas, he visto imágines nunca
imaginadas, secuencias vividas como si fueran reales y con la creencia y
esperanza de que puedan convertirse en realidad. Paso a contarles.
Al principio del sueño me he
visto paseando por una gran avenida , hermosa, amplia , sin tierra, sin polvo,
bien asfaltada, sin baches, sin rompe muelles, con señales de prohibido
circular a más de 40Km/h, con semáforos y pasos de peatones señalizados, con
veredas amplias y ajardinadas, con bancos de los de sentarse y arbolitos con
sombritas incluidas. “¿Dónde estoy?, ¿pero qué es esto tan hermoso?”. Por fin
he salido de la duda, un letrero decía: Avda, José Pardo.
Que delicia era pasear por
Pardo, con un silencio impresionante. Se notaba que el bando de la alcaldía
prohibiendo la utilización del claxon en la ciudad había hecho efecto y sólo se
oía de vez en cuando el pito que hacía gorgoritos de la agente de tráfico de
turno, que por cierto estaba como siempre hermosísima con su coleta, sus gafas
de sol y su ajustadito uniforme.
Decidí sentarme a la sombrita
en un banco y disfrutar de la paz y tranquilidad reinante.
A lo lejos vi que se acercaba
por el centro de la calzada un inmenso gentío.
Al frente, abriendo la marcha
iba un apuesto militar con paso firme y marcial. Como estaba muy lejos me
pareció un oficial de la PNP. Conforme se fue acercando le fui reconociendo:
era el antiguo Coronel, ahora General Aguilar, que por sus méritos había ascendido
en el escalafón militar. Y es que tras un largo y difícil trabajo consiguió eliminar
la podredumbre del sicariato, los ajustes de cuentas y en gran medida la
delincuencia a la que había estado sometida durante bastante tiempo la sociedad
chimbotana. Había conseguido con precarios medios por falta de ayuda, su buen
hacer y el de algunos de sus hombres, acallar de una vez y por todas, las voces
malintencionadas y desalentadoras de los agoreros y oportunistas de turno que
lejos de unir y sumar sólo saben desunir y restar. ¡Con lo guapos que estarían
todos ellos calladitos y sin dejarse manipular!
Seguidamente, venían unos
vehículos rojos, eran varios y de diferentes tamaños. Conforme fueron
acercándose logré identificarlos como coches y camiones contra incendios. Iban
muy lentamente pues dada su longevidad estaban para pocos trabajos y eran
empujados por sus fieles servidores: los bomberos de la ciudad, que iban
uniformados impecablemente y cada uno de ellos provisto de su botellín personal
de agua “San Pedrito” como medida de previsión ante la emergencia de no
encontrar el líquido elemento en el lugar del incendio. Dada la escasez de agua
y la falta de bocas de riego es de agradecer su alto grado de profesionalidad,
cumplimentando aquel dicho que dice: “Hombre precavido vale por dos”.
Tras ellos iba una jovencita de
largas coletas, con falda por encima de la rodilla, con una caperuza roja y una
cestita, cogida de una velluda mano, de largas uñas, con aspecto de lobo, pero
no feroz, de cuyos bolsillos con sendos forados resbalaban montones de monedas
infantiles. Por sus gestos, risas y juegos
se deducía que iban departiendo amigablemente. Al pasar frente a mí y tenerlos
más cerca me pareció reconocer en Caperucita Roja a la heroína de nuestra siempre
querida Poli, Doña Nancy y con su disfraz de lobo, al César con su polito
amarillo. Que foto tan hermosa tenían los dos juntos, antes distanciados y
ahora jugando al pilla pilla y al escondite en plena calle. Me acerqué y no
pude menos que felicitarles.
A continuación marchaban
festivamente entrelazando sus brazos los integrantes y simpatizantes del
partido nacionalista encabezados por la hermosa y laboriosa Yolanda, que junto
a Nena y Flores, renacidos de sus
cenizas, iban departiendo amistosa y amigablemente como no podía ser de otra
forma con Cisneros y otros nacionalistas, al mismo tiempo que risueñamente
sonreían afectuosamente y saludaban al pasar. Sus diferencias habían sido
superadas y el futuro se presentaba repleto de nuevas oportunidades, sin
exclusiones ni falsos liderazgos.
Después venía Colmenarejo con
sus “boys”, muchos removidos y todos revestidos con sus atributos de Señorías,
felices, contentos y festivos, manifestando en sus sonrientes semblantes su
dicha por haber terminado definitivamente sus salas plenas, huelgas blancas y
manifestaciones de reclamo salarial. Podían presumir de una realidad: ser una
de las primeras regiones con el índice más alto de productividad judicial.
¡Quién lo diría!
Seguían multitud de personajes,
médicos, docentes, abogados, ingenieros etc etc, muchos de ellos conocidos
socialmente, como el Pastor Piorno, el desarrollado Arroyo, el incansable
Gascó, la dulce e inflexible Roslyn, la brava cierra antros Jazmín, la siempre atractiva
ex alcaldesa Espinoza, la encantadora Luz de lnmigraciones con sus muchachos y
un sinfín de regidores, políticos y politiquillos, incluido Valentín que hacían
casi interminable la larga marcha.
Casi al final iban los
representantes de los medios de comunicación locales como los hermanos Peláez,
Teruel, Alí, Palacios y otros muchos periodistas que todos unidos mostraban su
amor por su profesión y satisfacción por el continuado incremento de sus
tiradas periodísticas, que se traducían en un aumento vertiginoso de lectores. Uno
de los informadores llevaba una pancarta que decía: NO A LA CONCENTRACIÓN DE MEDIOS. Y todos
absolutamente todos gritaban a coro: MORDAZAS NO, LIBERTAD DE EXPRESIÓN SI. Y
lo hacían con tal intensidad que llegaba hasta los oídos del “lobo bueno”, que
como antes he referido iba encabezando la marcha.
Al final me emocioné, pues no
fue para menos. Juzguen ustedes. La comitiva la cerraba unas pancarta que
rezaban: SÍ A LA VIDA; otra que decía: NO AL SICARIATO; y una tercera: VIVE Y
SE FELIZ.
Y lo más increíble eran los
portadores de ellas. Agárrense fuerte que viene curva. Eran, derrotados y
encadenados, los temibles “PATECOS” y las no menos delincuenciales “JAURÍAS”,
que con sus líderes al frente, “Cachete”, “el Bala”, “el Bolo”, “el Boli”, “el
Bulo” y no sé cuantos más, mostraban su arrepentimiento y disposición para
abandonar la delincuencia e incorporarse a la sociedad civil, de forma íntegra,
honrada y trabajadora, tras cumplir sus largas condenas. ¡Ver para creer!.
“¡Papá despierta, despierta
que me parece que los Reyes Magos han llegado ya!”. Al poco rato:”¡Que sí papá,
que sí, que han traído muchas cosas y a ti te han dejado una camisa, una
corbata y una carta!”
La carta decía: “Querido
VIGÍA, los sueños sueños son, aunque a veces se hacen realidad. Melchor”
Moraleja: “De ilusión también se vive y la
esperanza es lo último que debemos perder”.
Así sea.
EL VIGÍA. .
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