martes, 17 de febrero de 2015

ARTÍCULO: SIN PAGA EXTRA.

SIN PAGA EXTRA
En el principio nuestros primeros padres disfrutaron de una situación privilegiada en la que podían disponer de todos los bienes del Paraíso. Esa situación que en la actualidad se denominaría subvención absoluta o renta universal, incluía entre otras cosas no tener que trabajar para sobrevivir. Más tarde cayó sobre ellos el castigo de tener que trabajar para poder vivir. Aquel castigo divino, miren si hemos evolucionado, se convirtió con el paso del tiempo en lo que por su escasez es actualmente: una bendición, o sea que aquel castigo divino del trabajo se convirtió en una bendición humana.
A comienzos de los años 70 del siglo pasado, cuando ya habían pasado más de 20 años del final de la Segunda Guerra Mundial, los países occidentales habían desarrollado unos sistemas sociales integrados por unos servicios públicos que resultaban bastante onerosos a los Estados. La pregunta que muchos se hacían era: “¿Resulta rentable la inversión realizada por las Administraciones?”. Algunos respondieron, y no eran precisamente de izquierdas, que la solución era la creación de una “renta básica universal”. Y eso lo dijeron economistas liberales como Milton Friedman, pues era una forma de recortar el Estado de Bienestar, o lo que es lo mismo era preferible que fuera el ciudadano quién gestionara sus propios recursos en lugar de las administraciones públicas.
Con el objetivo de averiguar si un pago mínimo mensual mejoraría la vida de los ciudadanos, o como auguraban los detractores, impulsaría a la gente a la ociosidad, se implementó el “Experimento Mincome” en un pueblecito canadiense de poco más de 8 mil habitantes llamado Dauphin en la provincia de Manitoba. Se trataba de una comunidad agrícola que entre los años 1974 y 1979 vivió el sueño de la “RENTA BÁSICA UNIVERSAL”. En este experimento financiado por la provincia de Manitoba y el Gobierno de Canadá, cada familia recibía una renta mínima mensual, excepto aquellas que ingresaban más de 13 mil dólares y tenían dos hijos o menos; las personas que trabajaban veían reducido ese dinero en 50 centavos por cada dólar ganado en su trabajo.  Las cantidades que se entregaban iban, de los testimoniales cien dólares mensuales a unos cinco mil ochocientos dólares anuales, o sea unos 500 dólares mensuales para los que carecían de otros ingresos. A finales de los años 70, transcurridos cinco, la economía mundial entró en crisis y el proyecto empezó a resultar demasiado caro para la economía canadiense, lo que llevó al Gobierno a tener que cancelarlo. 30 Años más tarde, en el 2009, la socióloga e investigadora Evelyn Forget llevó a cabo un análisis del programa, procediendo a su publicación en el 2011. Las conclusiones de Forget fueron altamente positivas. En primer lugar desmintió la principal preocupación de los detractores de la medida ya que la motivación para buscar, trabajar y rendir del principal trabajador de la familia no declinaba. Sí hubo un pequeño descenso en la ocupación de adolescentes y madres de niños pequeños, seguramente porque los primeros se vieron liberados de tener que apoyar económicamente a las familias y los segundos podían dedicarse a sus hijos. También se pusieron de manifiesto otros efectos positivos: las visitas al médico se redujeron en un 8,5%, la salud mental de los ciudadanos mejoró y un mayor número de adolescentes terminó sus estudios. También descendió la violencia doméstica y el número de accidentes de coches, así como las hospitalizaciones psiquiátricas. Los efectos no solo no perjudicaron al mercado laboral, sino que permitieron a sus habitantes vivir más felices tanto a aquellos que recibían la renta  como el resto. Un efecto indirecto y sorprendente de dicha renta.
Forget en su estudio nos dice que aquellos habitantes de Dauphin, como hemos dicho antes, dedicados en su mayoría a la agricultura estaban auto empleados y por lo tanto en el pasado habían convivido con una acuciante incertidumbre que aquellas renta hizo desaparecer. “Aquello les ofrecía estabilidad y sabían que iban a contar con algún apoyo, con independencia de las variaciones de precios de la agricultura y de la climatología”. “Sabían que una enfermedad repentina, una incapacidad o un evento económico imprevisto no sería económicamente devastador”. El efecto más llamativo fue la desaparición de esa incertidumbre inmovilizadora que produce miedo a perderlo todo y que hace estragos en las clases más necesitadas. Pero fundamentalmente como algunos habían previsto, los costes del Estado del bienestar podían reducirse ya que la educación y la salud como hemos visto se encontraban en manos del ciudadano. En países conservadores como Estados Unidos han apoyado estas medidas. Por ejemplo, Richard Nixon, poco sospechoso de izquierdista intentó sacar adelante en 1969 el Plan de Asistencia Familiar por el cual las familias americanas se repartirían dos mil quinientos millones de dólares en forma de renta. En el Senado, dado su elevado coste, no fue aprobado por la oposición demócrata.
Hasta aquí el Experimento Mincome.
Han pasado 40 años y revivir aquellas experiencias son harto difíciles, como fue entonces su continuidad dado el alto coste económico inasumible a todas luces para la economía local, regional o nacional. Si entonces resultó inasumible para una población de 8 mil habitantes que será ahora para una población como la nuestra de cientos de miles de habitantes. La idea de la donación de los 500 soles es tan sumamente maravillosa como impropia de un gobernante cuerdo y que desea el bien real de su pueblo.
Si bien la experiencia en su día resultó positiva, extrapolarla a la realidad actual resulta de todo punto utópica, tanto por su contenido dinerario como las fuentes de aprovisionamiento económico. Lo que se ha expuesto en el principio de la campaña electoral, de hacer la donación a cada familia, más tarde solamente a las necesitadas, y últimamente mediante una contraprestación, ha terminado por ahora en un intento frustrado de aumentarse el sueldo y dietas los directamente responsables de la imposible implementación de la propuesta electoral. Sin dejar de recordar el intento de que sea el pueblo el que sufrague mediante Waldotones las deudas impagadas por importe de un millón de soles. Y mientras tanto miles de agricultores votantes continúan a la espera de una explicación ante sus defraudadas expectativas de los 500 soles. Finalmente volvamos al principio. Aquel castigo, actualmente bendición, el trabajo, sería conveniente potenciarlo, que buena falta hace para alegría y bienestar de tantas y tantas familias que tanto lo necesitan. Y para empezar no estaría nada mas subir el Sueldo Mínimo Vital  de esos 750 soles, que es todo menos Vital.
Moraleja:” De ilusión también se vive, y a veces con hambruna” .
Así sea.

EL VIGÍA.  

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