Hacía una hora
que iba conduciendo. El muchacho había salido de su ciudad de residencia, tras
cambiar las cuatro ruedas de su vehículo Morris 1100 de los años setenta al
comprobar su fuerte desgaste, y se trasladaba a otra localidad situada a ciento
cincuenta kilómetros de distancia, por lo que le faltaba una media hora para
llegar a su destino. Eran las tres y media de la tarde de un tórrido verano,
con un calor auténticamente sofocante que invitaba a llevar, como era el caso,
las ventanillas delanteras y traseras completamente abiertas para mitigar sólo
aparentemente la elevada temperatura. El pensamiento de aquel conductor iba
centrado en la fiesta de cumpleaños de un buen amigo, a la que acudía, con el
fin de celebrarla y darle un fuerte abrazo de felicitación. Iba circulando
sobre los cien kilómetros a la hora, por una recta impresionantemente larga que
la hacía de gran visibilidad. A lo lejos divisó a un hombre que apareciendo por
el margen derecho del sentido de la marcha, entraba en la carretera portando en
su mano derecha un cubo o pozal, en el que más tarde se sabría llevaba
guisantes, llegando a situarse en la mediana de la vía. En sentido contrario
venía un vehículo pesado que captó la atención del que resultó ser un
agricultor que no hacía otra cosa que estar muy atento a la aproximación del
camión. El conductor del Morris, conforme se iba acercando comprobó que aquel
agricultor, lejos de atender a los insistentes pitidos de aviso que este le
efectuaba, continuaba con la cabeza
girada atendiendo la proximidad del camión, hasta que ante su llegada dio dos o
tres pasos hacia atrás colocándose en el centro de la vía por la que circulaba
el Morris. Los pitidos fueron insistentes, y en el último momento girando su
cabeza vio aterrado como se le acercaba el coche, e intentó lo que no debe
hacerse y todos hacemos, torear al coche, en vez de estarse quietecito, sin
moverse. El conductor del Morris que venía frenando y dejando marcadas las huellas
de sus nuevas ruedas, atropelló frontalmente al agricultor que primero cayó
sobre el capó, rebotó sobre el techo y finalmente salió despedido por la parte
trasera del vehículo quedando tendido en el centro de la calzada. Mientras todo
esto ocurría el conductor, horrorizado y con el pedal del freno pisado a fondo
había sobrepasado unos metros el lugar y conseguido parar su coche fuera de la
carretera, en un ribazo de la huerta de donde había salido el agricultor. El
estado de aquel conductor, al mismo tiempo que apagaba el encendido del coche y
miraba por el espejo retrovisor como el hombre había quedado tendido en la
carretera, era de auténtico shock. En fracciones de segundo, al mismo tiempo
que no quitaba la vista del retrovisor, pasó por su mente: ¿Que hago aquí?, ¿Por
qué me pasa esto a mí, precisamente a mí?. ¡Tierra trágame, yo me voy! La
sensación de miedo y de que había que huir para no enfrentarse a la dura
realidad se adueñó de él al tiempo que veía inundado el coche de los guisantes
que momentos antes estaban en el pozal del agricultor. Hasta aquí les he narrado lo que pasa en fracciones de
segundo por la mente de un conductor cuando atropella a alguien. Le entra
miedo, pavor y un auténtico pánico. Lo que ocurra después es lo que le
convertirá en cívico ciudadano o incívico y fugitivo conductor, dependiendo
fundamentalmente de su formación moral y de valores. Permítanme que continúe
con la narración. Pero a pesar del pánico sufrido, la visión por el espejo del
retrovisor, por el que veía retorcerse de dolor al accidentado, pudo más, fue
más fuerte que el pánico que le embargaba. Salió del coche tembloroso al tiempo
que corría hacia el agricultor. Lo cogió
en brazos y lo depositó en unas hierbas que había junto a la carretera. Siempre
recordará aquel conductor las primeras palabras del viejo agricultor entre
sollozos y gemidos de dolor: “Te has fijao, me ha pegao el empentón y se ha
largao”, cuando la realidad era que estaba siendo transportado en sus brazos.
El joven conductor del Morris, volvió a
levantar al herido bañado en sangre e introducirlo en el asiento trasero de su
coche, trasladándolo hasta el médico más cercano, dos pueblos más allá. El
diagnóstico fue de cuatro costillas rotas, brecha abierta en todo el muslo
izquierdo, y múltiples contusiones y escoriaciones, y el pronóstico reservado, a
la espera del transcurso de las 24 horas siguientes para ver evolución del
paciente. Aquel campesino ya mayor y jubilado, se recuperó de todas sus heridas
en el transcurso de dos meses, recibiendo reiteradas visitas del ya
completamente tranquilizado conductor, llegando a convertirse en grandes
amigos. En el atestado levantado por la policía de tráfico, pudieron
comprobarse dos cosas fundamentales para el esclarecimiento del caso: una, la
larga y continuada frenada del vehículo, y otra, que el atropellado era sordo
como una tapia. Huelga decir que el joven conductor fue exonerado de toda
responsabilidad.
Lo
anteriormente narrado sirve para explicar la diferencia existente en un caso
extremo entre lo que es un conductor cívico del que no lo es. Lo que pasó por
la mente de aquel joven en los instantes posteriores al accidente es explicable
y bastante normal desde el punto de vista psicológico pero no justificaría
nunca no prestar auxilio al herido y menos el huir convirtiéndose en un
fugitivo. Sin mencionar aquello de volver sobre sus ruedas para rematarlo y
acabar con él, para evitar problemas de testigos y juicios, como ha habido más
de un caso.
Una
vez expuesto el caso extremo anterior, conviene hacer referencia a otras
actuaciones de conductores incívicos. Un porcentaje elevado de conductores
insultan al conducir y otro mayor abusa del claxon. Ambas acciones, nos dicen
los expertos, implican una actitud agresiva y suponen un peligro para la
seguridad vial, porque este tipo de conducción suele llevar aparejada otras
como el exceso de velocidad o apurar los semáforos en ámbar. Según los
psicólogos el vehículo es una prolongación de la vida del usuario. Y también es
cierto que muchas personas se transforman cuando se suben a un coche. Según
estudios del área de Seguridad Vial de la Fundación Mafre, un 46% de
conductores encuestados indican que se comportan peor al volante que en su vida
normal. En el Barómetro Europeo de Conducción Responsable del 2015, se indica
que un porcentaje elevado de conductores rompen deliberadamente la distancia de
seguridad y se pega al turismo de delante cuando les irrita otro conductor.” En
todas estas actitudes influyen las prisas, el estrés y los atascos, entre otros
factores. Por ello, se producen principalmente en capitales o grandes
ciudades”. Como prueba, basta circular por la Avd.Meig tanto en uno como otro
sentido de la marcha a primera hora de la mañana. Los técnicos del Real
Automóvil Club de Catalunya (RACE) también
dicen: “Los jóvenes tienden a una conducta más exhibicionista. Buscan el
posicionamiento dentro del grupo a través de una mayor agresividad en la
carretera”. Hace ya unos años, concretamente en el 2011, un estudio estadístico
de la Universidad de Valladolid (España) ya indicaba que los hombres eran más
propensos a esa actitud que las mujeres. También resulta llamativo que la
percepción de los actos incívicos propios como la agresividad o el nerviosismo
apenas son reconocidos por el propio conductor, según nos indica el Baremo aludido,
para contrariamente, un porcentaje muy elevado considerar que el resto de
conductores sí son agresivos. Perfectamente aplicable aquello de: “No mires la
paja en el ojo ajeno, si no la viga en el tuyo propio”.
Finalmente
y como fácil acertijo les dejo que adivinen la identidad de aquel joven
conductor del Morris 1100.
Moraleja:”Hay
tres venenos primordiales: La pasión, la agresión y la ignorancia”(Pema
Chôdron)
Así
sea
EL
VIGÍA.
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