lunes, 27 de julio de 2015

ARTÍCULO: CONDUCTORES CÍVICOS E INCÍVICOS


Hacía una hora que iba conduciendo. El muchacho había salido de su ciudad de residencia, tras cambiar las cuatro ruedas de su vehículo Morris 1100 de los años setenta al comprobar su fuerte desgaste, y se trasladaba a otra localidad situada a ciento cincuenta kilómetros de distancia, por lo que le faltaba una media hora para llegar a su destino. Eran las tres y media de la tarde de un tórrido verano, con un calor auténticamente sofocante que invitaba a llevar, como era el caso, las ventanillas delanteras y traseras completamente abiertas para mitigar sólo aparentemente la elevada temperatura. El pensamiento de aquel conductor iba centrado en la fiesta de cumpleaños de un buen amigo, a la que acudía, con el fin de celebrarla y darle un fuerte abrazo de felicitación. Iba circulando sobre los cien kilómetros a la hora, por una recta impresionantemente larga que la hacía de gran visibilidad. A lo lejos divisó a un hombre que apareciendo por el margen derecho del sentido de la marcha, entraba en la carretera portando en su mano derecha un cubo o pozal, en el que más tarde se sabría llevaba guisantes, llegando a situarse en la mediana de la vía. En sentido contrario venía un vehículo pesado que captó la atención del que resultó ser un agricultor que no hacía otra cosa que estar muy atento a la aproximación del camión. El conductor del Morris, conforme se iba acercando comprobó que aquel agricultor, lejos de atender a los insistentes pitidos de aviso que este le efectuaba, continuaba  con la cabeza girada atendiendo la proximidad del camión, hasta que ante su llegada dio dos o tres pasos hacia atrás colocándose en el centro de la vía por la que circulaba el Morris. Los pitidos fueron insistentes, y en el último momento girando su cabeza vio aterrado como se le acercaba el coche, e intentó lo que no debe hacerse y todos hacemos, torear al coche, en vez de estarse quietecito, sin moverse. El conductor del Morris que venía frenando y dejando marcadas las huellas de sus nuevas ruedas, atropelló frontalmente al agricultor que primero cayó sobre el capó, rebotó sobre el techo y finalmente salió despedido por la parte trasera del vehículo quedando tendido en el centro de la calzada. Mientras todo esto ocurría el conductor, horrorizado y con el pedal del freno pisado a fondo había sobrepasado unos metros el lugar y conseguido parar su coche fuera de la carretera, en un ribazo de la huerta de donde había salido el agricultor. El estado de aquel conductor, al mismo tiempo que apagaba el encendido del coche y miraba por el espejo retrovisor como el hombre había quedado tendido en la carretera, era de auténtico shock. En fracciones de segundo, al mismo tiempo que no quitaba la vista del retrovisor, pasó por su mente: ¿Que hago aquí?, ¿Por qué me pasa esto a mí, precisamente a mí?. ¡Tierra trágame, yo me voy! La sensación de miedo y de que había que huir para no enfrentarse a la dura realidad se adueñó de él al tiempo que veía inundado el coche de los guisantes que momentos antes estaban en el pozal del agricultor. Hasta aquí  les he narrado lo que pasa en fracciones de segundo por la mente de un conductor cuando atropella a alguien. Le entra miedo, pavor y un auténtico pánico. Lo que ocurra después es lo que le convertirá en cívico ciudadano o incívico y fugitivo conductor, dependiendo fundamentalmente de su formación moral y de valores. Permítanme que continúe con la narración. Pero a pesar del pánico sufrido, la visión por el espejo del retrovisor, por el que veía retorcerse de dolor al accidentado, pudo más, fue más fuerte que el pánico que le embargaba. Salió del coche tembloroso al tiempo que corría hacia el agricultor.  Lo cogió en brazos y lo depositó en unas hierbas que había junto a la carretera. Siempre recordará aquel conductor las primeras palabras del viejo agricultor entre sollozos y gemidos de dolor: “Te has fijao, me ha pegao el empentón y se ha largao”, cuando la realidad era que estaba siendo transportado en sus brazos. El joven  conductor del Morris, volvió a levantar al herido bañado en sangre e introducirlo en el asiento trasero de su coche, trasladándolo hasta el médico más cercano, dos pueblos más allá. El diagnóstico fue de cuatro costillas rotas, brecha abierta en todo el muslo izquierdo, y múltiples contusiones y escoriaciones, y el pronóstico reservado, a la espera del transcurso de las 24 horas siguientes para ver evolución del paciente. Aquel campesino ya mayor y jubilado, se recuperó de todas sus heridas en el transcurso de dos meses, recibiendo reiteradas visitas del ya completamente tranquilizado conductor, llegando a convertirse en grandes amigos. En el atestado levantado por la policía de tráfico, pudieron comprobarse dos cosas fundamentales para el esclarecimiento del caso: una, la larga y continuada frenada del vehículo, y otra, que el atropellado era sordo como una tapia. Huelga decir que el joven conductor fue exonerado de toda responsabilidad.
Lo anteriormente narrado sirve para explicar la diferencia existente en un caso extremo entre lo que es un conductor cívico del que no lo es. Lo que pasó por la mente de aquel joven en los instantes posteriores al accidente es explicable y bastante normal desde el punto de vista psicológico pero no justificaría nunca no prestar auxilio al herido y menos el huir convirtiéndose en un fugitivo. Sin mencionar aquello de volver sobre sus ruedas para rematarlo y acabar con él, para evitar problemas de testigos y juicios, como ha habido más de un caso.
Una vez expuesto el caso extremo anterior, conviene hacer referencia a otras actuaciones de conductores incívicos. Un porcentaje elevado de conductores insultan al conducir y otro mayor abusa del claxon. Ambas acciones, nos dicen los expertos, implican una actitud agresiva y suponen un peligro para la seguridad vial, porque este tipo de conducción suele llevar aparejada otras como el exceso de velocidad o apurar los semáforos en ámbar. Según los psicólogos el vehículo es una prolongación de la vida del usuario. Y también es cierto que muchas personas se transforman cuando se suben a un coche. Según estudios del área de Seguridad Vial de la Fundación Mafre, un 46% de conductores encuestados indican que se comportan peor al volante que en su vida normal. En el Barómetro Europeo de Conducción Responsable del 2015, se indica que un porcentaje elevado de conductores rompen deliberadamente la distancia de seguridad y se pega al turismo de delante cuando les irrita otro conductor.” En todas estas actitudes influyen las prisas, el estrés y los atascos, entre otros factores. Por ello, se producen principalmente en capitales o grandes ciudades”. Como prueba, basta circular por la Avd.Meig tanto en uno como otro sentido de la marcha a primera hora de la mañana. Los técnicos del Real Automóvil  Club de Catalunya (RACE) también dicen: “Los jóvenes tienden a una conducta más exhibicionista. Buscan el posicionamiento dentro del grupo a través de una mayor agresividad en la carretera”. Hace ya unos años, concretamente en el 2011, un estudio estadístico de la Universidad de Valladolid (España) ya indicaba que los hombres eran más propensos a esa actitud que las mujeres. También resulta llamativo que la percepción de los actos incívicos propios como la agresividad o el nerviosismo apenas son reconocidos por el propio conductor, según nos indica el Baremo aludido, para contrariamente, un porcentaje muy elevado considerar que el resto de conductores sí son agresivos. Perfectamente aplicable aquello de: “No mires la paja en el ojo ajeno, si no la viga en el tuyo propio”.
Finalmente y como fácil acertijo les dejo que adivinen la identidad de aquel joven conductor del Morris 1100.
Moraleja:”Hay tres venenos primordiales: La pasión, la agresión y la ignorancia”(Pema Chôdron)
Así sea

EL VIGÍA.

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