La
semana pasada les escribía sobre ese dicho tradicional que es “bailar con la
más fea” y que hacía referencia al caso en el que unos sufridos ciudadanos
tienen que soportar desagradablemente en
su vida diaria las actuaciones, vamos a llamar suavemente, irregulares de sus
líderes, unas veces elegidos por ellos y otras no. Y les ponía sucesivos
ejemplos ilustrativos, muy próximos en el tiempo y lugar.
Ahora
pretendo hablarles de lo que puede significar “bailar con la más guapa”.
En
aquellos añorados años de juventud, acudir a los bailes tenía el objeto de
pasar una tarde agradable teniendo en tus brazos, no como ahora en el baile
moderno, distante y alejado, a una joven muchacha, con el afán por una parte de
danzar acompasadamente al son de la música, y por otro, el más importante, el
de satisfacer tu propio ego de hacerlo con tu preferida, la más hermosa o
agraciada del lugar, y que unas veces iba acompañada por la “carabina” de su
mamá, tía o amiga y en escasas ocasiones asistía solita. El término “carabina”
se popularizó a finales del siglo XIX en
España, y hacía referencia a la compañía que los padres de buenas familias
imponían para asegurar inútilmente la moralidad de sus menores hijas en el
trato con los muchachos. Sabido es repito, la inutilidad de la “carabina” para
tal fin, como lo era y de ahí el nombre de la “carabina de Ambrosio”,
agricultor andaluz que ante sus malas cosechas asaltaba en los caminos cargando
su escopeta con altramuces (alimento para los pájaros) en vez de con pólvora,
provocando la risa de cuantos pasaban por el lugar.
Además
aquel tipo de baile, insisto, añorado, te proporcionaba también entre otras
cosas el deleite de la fragancia o agradable aroma en toda su intensidad de la
muchacha que ese día no te había dado calabazas y que casualmente mejor olía
cuanto más te gustaba. Y al contrario, ellas también sentían las “fragancias”
que algunos desprendíamos por nuestros sudores al tener que correr para no
llegar tarde al evento. De todo había.
También
cierto es, que al inicio de la jornada hacíamos elucubraciones del éxito o fracaso
de lo que estaba por venir, y al terminar, de las expectativas para el
siguiente baile. Expectativas que no siempre se veían satisfechas, pues había
alguna muchachita, más de una, que hacía valer su estatus de mujer y aunque en
su interior le hubieras caído bastante bien, no lo aparentaba, sino por el
contrario te mostraba desdén e indiferencia. Unas veces real y otras muchas
fingidas, pues ante la compañía de la “carabina” debían mostrarse así. Pero ahí
estábamos nosotros, insistiendo una y otra, y otra vez, sin desfallecer ante el
desdén mostrado por la dama de nuestros desvelos. Ahora, aunque un poco tarde,
sé que ellas también “suspiraban” por su denostado “romeo”, y actuaban así pues
era la forma de por una parte confirmar las pretensiones del muchacho y por
otra ocultar sus íntimas preferencias. O sea, siempre actuaban con su poderosa
intuición femenina que unas veces sí y otras también les conducía al éxito en
su elección.
Dicho
todo lo dicho, pasando a la realidad actual decimos que “bailamos con la más
guapa” cuando nos sonríe la suerte o salen las cosas según nuestra preferencia.
Situaciones estas que estimulan nuestro yo, proporcionando la creación de
serotonina y/o endorfinas que alimentarán el optimismo y bienestar,
imprescindibles para la consecución de nuestra felicidad. Que esas situaciones
no son todo lo amplias y repetidas que quisiéramos es verdad, pero que están
ahí delante, que existen y están a nuestro alcance es una realidad tangible. “Bailamos
con la más guapa”, cuando elegimos bien la profesión que tenemos, y la
ejercemos; cuando nos casamos con la pareja a la que amamos; cuando vienen al
mundo los hijos, los cuidamos y educamos; cuando cuidamos a nuestros mayores;
cuando somos honrados en nuestro hacer diario; cuando elegimos cuidadosamente a
nuestros dirigentes; cuando los poderes públicos cumplen su misión al servicio
del ciudadano; cuando vemos impartir justa justicia; cuando denunciamos la
ignominia, y en fin, cuando nos ganamos el pan con el sudor de nuestra frente,
a diferencia de los que se lo ganan con el sudor del de enfrente, que de todo
hay. En muchos casos, bastantes, depende de nosotros mismos conseguir “bailar
con la más guapa”, y también de nuestra elección,
inteligencia, verdaderos deseos, y empeño en el esfuerzo.
También
hay imponderables que nos lo impiden, unas veces la presencia de la “carabina”,
otras la indiferencia y también el desdén. Hay ocasiones en las que la dama,
pónganle ustedes el nombre que deseen, aunque yo prefiero llamarla Nancy (por
su dulce eufonía), por x motivos, se resiste a salir a la pista de baile y por
mucho que se le solicite su participación
se niega a salir, cediendo su lugar. Eso suele ocurrir cuando existen
razones ocultas, que a nosotros se nos escapan y que ella intuye o conoce.
Puede ser el pánico escénico, el temor al ridículo, no compartir la música que
van a tocar, o simplemente como digo antes, que su intuición femenina le dicte
no participar del baile que finalmente puede resultar incómodo, molesto e
incluso incierto o sorpresivo. A veces en nuestra vida diaria acontecen casos en
los que es perfectamente aplicable cuanto les estoy refiriendo y vemos con
auténtica sorpresa la inhibición de quien ostentando el rol principal que le
corresponde por su lugar en el escalafón puede impedirnos “bailar con la más
guapa” o lo que es lo mismo privarnos de sentirnos cómodos al mismo tiempo que atenazados por la
incertidumbre. La verdad es que el baile se celebrará, cuando sea, aunque lo que no sabemos es el
son que se tocará, siendo previsible la música dura y movida tipo RocK .
Para
finalizar, recordarles que hoy es 24 y que si la justa justicia actúa, aunque
es posible que cambie de fecha para no perder la costumbre, comenzaremos pese a
quien pese, a “bailar con la más guapa” y habremos iniciado el destierro de aquello
de siempre tener que “bailar con la más
fea”.
Moraleja:
Leamos y bailemos. Estas dos diversiones no harán nunca daño al mundo.(
Voltaire)
Así
sea
EL
VIGÍA
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