Hace
unas fechas veía un vídeo de las reacciones de unos niños de corta edad ante la
presencia cercana de sus ídolos deportivos. Eran unas reacciones verdaderamente
enternecedoras y al mismo tiempo aleccionadoras. Uno de los niños con la boca
abierta, asombrado por tener tan cerca al ser de sus sueños; otro con los ojos
fijos, abiertos como platos, e incrédulo ante su presencia; un tercero llorando
a moco tendido con la emoción desbordada por la proximidad; un cuarto agarrándose
la cabeza y exclamando: “no me lo puedo creer”, y finalmente, por no hacerlo
más largo, arremolinándose para conseguir un autógrafo o una foto dedicada. Y
lo mejor de todo, lo que viene después: los niños contando sus vivencias, su radiante
satisfacción de haber estado con él, haberlo tocado e incluso abrazado y todos
con un común denominador: derrochando felicidad, alegría y satisfacción. Orgullosos
de él y al mismo tiempo de sí mismos. Y ¿saben por qué? Pues simplemente porque
no vieron defraudadas sus expectativas y pudieron confirmar que aquellos seres
eran de carne y hueso como ellos.
A
los niños en general les encantan las figuras públicas tales como deportistas,
cantantes, bailarines, incluso algunos profesores( que ya es decir) etc, etc,
pero no muestran simpatía alguna, sobre todo cuando crecen, hacia otras figuras públicas tales como presidentes,
alcaldes, regidores, jueces, fiscales, policías etc, etc, y no será por
desconocimiento de ellos, pues aparecen en los medios de comunicación tanto o
más que los primeros. ¿Por qué será?. Se aceptan todo tipo de opiniones. Voy a
darles la mía. Es muy sencilla, simplemente por lo contrario a la respuesta
anterior: porque esos niños agraciados, que recibieron casualmente un día, con
jolgorio y alegría en sus colegios a esa
figura pública que nunca más volvió (¡Mamá ha venido el Sr. Alcalde! ¡Papá hoy nos
ha visitado el Sr. Juez! ¡La semana que viene vendrá un policía y nos contará
como nos defiende, y la semana siguiente una fiscal! ) cuando fueron creciendo
vieron, oyeron y/o sintieron defraudadas
sus expectativas. Y lo que vieron, oyeron y/o sintieron es lo que estamos
viviendo nosotros actualmente: decepción y desilusión por todas partes. Y digo
cuando fueron creciendo por no decir cuando eran pequeños. A veces nuestras
respuestas no son las más apropiadas: “ Y qué os ha contado ese sinvergüenza” o
“ Más valdría meterlos a todos en la
cárcel” o “ Para lo poco que trabajan” o
“ Son todos igual de golfos” y así de mal sucesivamente. Todo eso es lo
que se tienen que chupar muchos pequeños, y el adulto que diga que no, es que
no se entera, o que no quiere enterarse, o sencillamente miente. Comentarios
propios de una sociedad desencantada como la nuestra que tiene que convivir con
alto número de sinvergüenzas.
Y
no estoy queriendo decir que esos comentarios sean desacertados sino
inapropiados ante un niño que no tiene capacidad de discernimiento. Tanto si el
comentario denigratorio es acertado como no, nunca puede verterse ante un menor
que se halla en proceso de formación.
Estamos
viendo el resultado de todo ese proceso que les narro en la realidad actual.
Nuestros jóvenes, tanto de secundaria como sobre todo universitarios, muestran
un pasotismo e indiferencia grande ante los retos sociales que vivimos.
Aquellos niños que vibraban, y mostraban su inconformismo y múltiples
inquietudes, han dado paso a unos muchachos que parecen ausentes, con unas
responsabilidades muy limitadas y sin conciencia social alguna. Algunos parecen estar a la “sopa boba”,
término de la Edad Media, que hace referencia a la sopa que se servía en los
conventos, en forma de beneficencia, a los mendigos que no tenían para comer y
a la que también se apuntaban
estudiantes necesitados y holgazanes. Se llamaba boba o bien por la boca
abierta con la que la tomaban los mendigos y el aspecto de bobalicón que
aparentaban o por la falta de esfuerzo de las personas que la tomaban. Como
digo, esta juventud parece cansada, aburrida y hastiada, sin ganas ni fuerzas
para ayudar, ni de enfrentarse a los retos sociales que nos acucian. No se dan
cuenta de que sin su esfuerzo, trabajo y sacrificio no conseguirán nada. Y
somos nosotros los adultos los responsables de esa situación. Unas veces por la
“blandura” que les proporcionamos con nuestras pautas paternalistas y
protectoras y otras, las más, por el mal ejemplo que día tras día reciben de
los acontecimientos que se van sucediendo y no somos capaces de cortar.
Corrupción por doquier, barbarie sin igual, ausencia de valores y desprotección
total ante el crimen, con unas autoridades, las más, desbordadas, y las menos, desautorizadas.
¡Sálvese el que pueda! parece oírse, al solicitar la presencia del ejército en
las calles, cuando su lugar natural son los cuarteles, y pedir el estado de
emergencia, para el que no se reúnen condiciones. Pregunto: ¿Qué formación
policial urbana tienen nuestros soldados?. Absolutamente ninguna. ¿ O acaso
alguien cree que apostando un soldadito en cada esquina evitaremos la
delincuencia de cuello blanco y el sicariato, el uno origen del otro? No se
conseguiría nada, absolutamente nada. La solución, bastante compleja y
complicada, por lo mucho que se ha extendido la delincuencia, requiere de
entrada no solo el incremento del número de efectivos policiales, no militares,
en la ciudad, sino la presencia de efectivos de investigación, inteligencia y
contrainteligencia policial con ganas de trabajar. Recalco, con ganas de trabajar.
Así como la acción profesional en su máxima expresión de la Fiscalía, sin cuya
participación decidida y diligente será imposible avanzar en la lucha contra el
crimen. Esto desde el punto de vista punitivo, pero si queremos ir al fondo del
asunto y resolver el gravísimo entuerto
en el que nos hallamos deberemos afrontarlo con otras armas. Que habrá que
utilizar durante larguísimo tiempo. Armas como la del conocimiento, la formación en valores,
la del reparto de la riqueza, la del trabajo, la del ser y no la del tener, la
de elegir con prudencia, y en fin, controlar de cerca la gestión de nuestros
dirigentes estableciendo castigos ejemplares para los que se desmanden.
Por
otra parte, padres, tutores, profesores y autoridades, somos quienes debemos
sacar a nuestros jóvenes del ostracismo y desencanto en que se encuentran,
responsabilizándolos y haciéndoles ver la realidad en la que ellos tienen un
rol importante a cumplir: ser los protagonistas
del futuro próximo. Y en lo que se refiere a
nuestros pequeños, aprovechemos su genuina inocencia y bondad para
proporcionarles un mañana mejor exento de la podredumbre y miserias del
presente.
Moraleja:
”La violencia sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso ( Jean
Paul Sartre )
Así
sea.
EL
VIGÍA.
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