lunes, 2 de noviembre de 2015

ARTÍCULO: EL DESENCANTO DE UNA SOCIEDAD.


Hace unas fechas veía un vídeo de las reacciones de unos niños de corta edad ante la presencia cercana de sus ídolos deportivos. Eran unas reacciones verdaderamente enternecedoras y al mismo tiempo aleccionadoras. Uno de los niños con la boca abierta, asombrado por tener tan cerca al ser de sus sueños; otro con los ojos fijos, abiertos como platos, e incrédulo ante su presencia; un tercero llorando a moco tendido con la emoción desbordada por la proximidad; un cuarto agarrándose la cabeza y exclamando: “no me lo puedo creer”, y finalmente, por no hacerlo más largo, arremolinándose para conseguir un autógrafo o una foto dedicada. Y lo mejor de todo, lo que viene después: los niños contando sus vivencias, su radiante satisfacción de haber estado con él, haberlo tocado e incluso abrazado y todos con un común denominador: derrochando felicidad, alegría y satisfacción. Orgullosos de él y al mismo tiempo de sí mismos. Y ¿saben por qué? Pues simplemente porque no vieron defraudadas sus expectativas y pudieron confirmar que aquellos seres eran de carne y hueso como ellos.  
A los niños en general les encantan las figuras públicas tales como deportistas, cantantes, bailarines, incluso algunos profesores( que ya es decir) etc, etc, pero no muestran simpatía alguna, sobre todo cuando crecen,  hacia otras figuras públicas tales como presidentes, alcaldes, regidores, jueces, fiscales, policías etc, etc, y no será por desconocimiento de ellos, pues aparecen en los medios de comunicación tanto o más que los primeros. ¿Por qué será?. Se aceptan todo tipo de opiniones. Voy a darles la mía. Es muy sencilla, simplemente por lo contrario a la respuesta anterior: porque esos niños agraciados, que recibieron casualmente un día, con jolgorio y alegría en sus colegios a esa  figura pública que nunca más volvió  (¡Mamá ha venido el Sr. Alcalde! ¡Papá hoy nos ha visitado el Sr. Juez! ¡La semana que viene vendrá un policía y nos contará como nos defiende, y la semana siguiente una fiscal! ) cuando fueron creciendo vieron, oyeron y/o sintieron  defraudadas sus expectativas. Y lo que vieron, oyeron y/o sintieron es lo que estamos viviendo nosotros actualmente: decepción y desilusión por todas partes. Y digo cuando fueron creciendo por no decir cuando eran pequeños. A veces nuestras respuestas no son las más apropiadas: “ Y qué os ha contado ese sinvergüenza” o “ Más  valdría meterlos a todos en la cárcel” o “ Para lo poco que trabajan” o  “ Son todos igual de golfos” y así de mal sucesivamente. Todo eso es lo que se tienen que chupar muchos pequeños, y el adulto que diga que no, es que no se entera, o que no quiere enterarse, o sencillamente miente. Comentarios propios de una sociedad desencantada como la nuestra que tiene que convivir con alto número de sinvergüenzas.
Y no estoy queriendo decir que esos comentarios sean desacertados sino inapropiados ante un niño que no tiene capacidad de discernimiento. Tanto si el comentario denigratorio es acertado como no, nunca puede verterse ante un menor que se halla en proceso de formación.
Estamos viendo el resultado de todo ese proceso que les narro en la realidad actual. Nuestros jóvenes, tanto de secundaria como sobre todo universitarios, muestran un pasotismo e indiferencia grande ante los retos sociales que vivimos. Aquellos niños que vibraban, y mostraban su inconformismo y múltiples inquietudes, han dado paso a unos muchachos que parecen ausentes, con unas responsabilidades muy limitadas y sin conciencia social alguna.  Algunos parecen estar a la “sopa boba”, término de la Edad Media, que hace referencia a la sopa que se servía en los conventos, en forma de beneficencia, a los mendigos que no tenían para comer y a la que también  se apuntaban estudiantes necesitados y holgazanes. Se llamaba boba o bien por la boca abierta con la que la tomaban los mendigos y el aspecto de bobalicón que aparentaban o por la falta de esfuerzo de las personas que la tomaban. Como digo, esta juventud parece cansada, aburrida y hastiada, sin ganas ni fuerzas para ayudar, ni de enfrentarse a los retos sociales que nos acucian. No se dan cuenta de que sin su esfuerzo, trabajo y sacrificio no conseguirán nada. Y somos nosotros los adultos los responsables de esa situación. Unas veces por la “blandura” que les proporcionamos con nuestras pautas paternalistas y protectoras y otras, las más, por el mal ejemplo que día tras día reciben de los acontecimientos que se van sucediendo y no somos capaces de cortar. Corrupción por doquier, barbarie sin igual, ausencia de valores y desprotección total ante el crimen, con unas autoridades, las más, desbordadas, y las menos, desautorizadas. ¡Sálvese el que pueda! parece oírse, al solicitar la presencia del ejército en las calles, cuando su lugar natural son los cuarteles, y pedir el estado de emergencia, para el que no se reúnen condiciones. Pregunto: ¿Qué formación policial urbana tienen nuestros soldados?. Absolutamente ninguna. ¿ O acaso alguien cree que apostando un soldadito en cada esquina evitaremos la delincuencia de cuello blanco y el sicariato, el uno origen del otro? No se conseguiría nada, absolutamente nada. La solución, bastante compleja y complicada, por lo mucho que se ha extendido la delincuencia, requiere de entrada no solo el incremento del número de efectivos policiales, no militares, en la ciudad, sino la presencia de efectivos de investigación, inteligencia y contrainteligencia policial con ganas de trabajar. Recalco, con ganas de trabajar. Así como la acción profesional en su máxima expresión de la Fiscalía, sin cuya participación decidida y diligente será imposible avanzar en la lucha contra el crimen. Esto desde el punto de vista punitivo, pero si queremos ir al fondo del asunto y resolver el gravísimo  entuerto en el que nos hallamos deberemos afrontarlo con otras armas. Que habrá que utilizar durante larguísimo tiempo. Armas como  la del conocimiento, la formación en valores, la del reparto de la riqueza, la del trabajo, la del ser y no la del tener, la de elegir con prudencia, y en fin, controlar de cerca la gestión de nuestros dirigentes estableciendo castigos ejemplares para los que se desmanden.
Por otra parte, padres, tutores, profesores y autoridades, somos quienes debemos sacar a nuestros jóvenes del ostracismo y desencanto en que se encuentran, responsabilizándolos y haciéndoles ver la realidad en la que ellos tienen un rol importante a cumplir: ser los protagonistas
 del futuro próximo. Y en lo que se refiere a nuestros pequeños, aprovechemos su genuina inocencia y bondad para proporcionarles un mañana mejor exento de la podredumbre y miserias del presente.
Moraleja: ”La violencia sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso ( Jean Paul Sartre )
Así sea.

EL VIGÍA.         

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