En
el artículo anterior del lunes pasado, hacía referencia al concepto general de
civismo así como de algunos ejemplos de la vida diaria en los que prima todo lo
contrario, el incivismo, y me dejaba de señalar una serie de actos que como
tales también había que denunciar. Por ejemplo la utilización de la vía pública
como meódromo de la ciudad y más en concreto la Vía Industrial. El transporte
urbano e interurbano, en los que prima la falta de higiene, precio abusivo y feas
maneras en los primeros, mientras en los segundos sabes a qué hora sales pero no
a la que llegarás; pagas un pasaje de bus cama y viajas en uno convencional,
anunciándote el cambio por avería en el contratado cinco minutos antes de la
salida, y todo ello en un viaje nocturno de ocho horas ( Chimbote-Piura), para
al volver al día siguiente, ser despertado a las cuatro de la madrugada en el
terminal de Trujillo y también por avería tener que cambiar a otro autobús
convencional para poder llegar salvo, aunque bastante dolorido al final de
trayecto. Y todo esto gracias a América, agencia titular de las gracias que les
cuento. Y para más inri, el viaje de vuelta de Lima con toda mi familia hace un
par de semanas en que tras salir a las 11,50 de la noche y algo más de una hora
de trayecto, se me ocurrió solicitar “por favor” a la azafata apagar la luz
para descanso de niños y mayores. Y la respuesta, airada y destemplada que
obtuve fue: “Está bien, pero se han quedado sin refrigerio”. Como lo leen.
Pocos echamos en falta a esas horas el refrigerio que se nos negó pues el
cansancio era mayor que el apetito. Incivismo puro y duro pues no se trataba de
cortesías o favores sino de servicios pagados que había que ofrecer al usuario.
Así que ya saben con quién no viajaré más.
Pero
cuando se pierden las formas de respeto al prójimo, a la naturaleza o a las
cosas y se utiliza la violencia estamos ante figuras delictivas que ya no sólo
son incívicas sino que pasan a ser consideradas como delitos graves. Así, dar
un puntapié a un perro, agredir de palabra u obra a un agente de la autoridad,
o hacerlo con un semejante mujer, hombre o niño es un delito. Delito graduable
en función de su tipología. Aunque todos son delitos, no es igual un bofetón a
un niño, que a un agente de la autoridad, que una agresión sexual a un
semejante, varón o hembra.
El
pasado día 13 fuimos testigos de una multitudinaria manifestación en la que
miles de ciudadanos, en su mayoría féminas, bajo el lema “NI una menos”, dieron
una auténtica lección de solidaridad de género rechazando la la violencia
ejercida sobre ellas, así como la denuncia de la inacción social ante tales
hechos. Violencia física unas veces, psicológica otras, laborales en bastantes
casos y sexuales en otros. Y además la indiferencia social con la que hasta
ahora es considerada una mujer pateada, violada o vejada en su dignidad. Todos
hemos sido testigos de la indiferencia y pasividad con la que son tratadas
auténticas víctimas de la violencia machista en casos flagrantes de más que
violencia, salvajismo, en alguna ocasión al intentar, abochornadas poner una
denuncia en comisaría o que el médico legista quite importancia ante un rostro
desfigurado por los golpes incluida fractura del tabique nasal y certifique
”lesiones leves”. En la manifestación se hizo patente el desprecio y la
indignación de los ciudadanos hacia una serie de estamentos del Estado a los
que se responsabiliza por su tibieza o poca sensibilidad social. Tanto el
legislativo, con unas leyes inentendibles donde dar un bofetón a un guardia
vale 8 años de cárcel y patear a la parienta la absolución. El Poder Judicial
con su tibieza y falta de rigor; la policía con su pasividad e indiferencia
ante las denuncias; la educación pusilánime que enseña que una violación
depende del largo de la minifalda o del tamaño del escote. Todo esto, ante un machismo
desmedido y potenciado por una sociedad virilizada erróneamente, hace que todas
esas fuerzas antes mencionadas tengan que reaccionar rápidamente ante el
peligro de perder la poca credibilidad que les resta en la sociedad. Está
dándose el caso de mujeres vejadas y masacradas que no denuncian las agresiones
e incluso si lo hacen terminan retirándola para evitar males mayores.
Es
fundamental que todos los estamentos sociales involucrados y ya nombrados
reaccionen, pues a partir de ese día 13 algo ha cambiado. Algo se ha puesto en
movimiento y aunque de forma lenta será inexorable y es el despertar de la
mujer. Con la Revolución Industrial a finales del XIX, la mujer termina por
incorporarse al mundo del trabajo y empieza a desarrollar un nuevo rol social.
Su función ya no es sólo reproductora y de cuidado de la prole sino que
acompaña al varón en el mantenimiento de la familia. Empieza a desarrollar
funciones economicistas. Aunque cambiar aspectos culturales y psicosociales
como los vigentes es bastante costoso. Es muy difícil cambiar lo que hemos
aprendido y mamado en la infancia, pero sí podemos abrir nuestras mentes a una
nueva visión de la mujer. Somos una sociedad retrógrada que la maltrata y la considera inferior. La
visión de la mujer no cabe ceñirla exclusivamente a la mirada lasciva y de
deseo. No lo hacemos con nuestras hijas, ni con nuestras madres. Debemos abrir
nuestras mentes pues permanecer en el temor a la independencia de la mujer, que
al fin y al cabo es el problema que subyace, no puede ensombrecer nuestra
relación con ellas. Son los sectores conservadores los que han transmitido
aquello de que el lugar ideal y natural de la mujer es el hogar y las faenas de
la casa, cundo lo más justo y democrático es la igualdad en todos los ámbitos:
escuela, universidad, trabajo, política y familia. Y es ahí, en la escuela
donde debe iniciarse el desarrollo de la igualdad de derechos y obligaciones
promoviendo la paz y la armonía social, para más tarde reafirmarlo en la etapa
universitaria. Son nuestros jóvenes los que tienen que crecer con una educación
en la que prime el respeto a la diversidad de género y cultura. Y todo ello con
el fin de conseguir una sociedad más unida al mismo tiempo que libre,
solidaria, y respetuosa de todos y cada uno de sus integrantes. Y mientras todo
ello se anda, que no es sólo cosa de la educación, los demás actores sociales: Legislativo,
Justicia, Ministerio Público, Policía y Médicos Legistas deben empezar a hilar
bastante más fino de lo que lo vienen haciendo hasta la fecha o pronto se
encontrarán con más de la mitad de la población dándoles la espalda.
Moraleja:
La educación es la vacuna contra la violencia. (Edward J. Olmos)
Así
sea.
El
Vigía.
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@elvigiadeperu
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