viernes, 12 de agosto de 2016

ARTÍCULO: CIVISMO


Cuando alguien cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y participa con ello en el correcto funcionamiento de la sociedad y el bienestar de los demás miembros de la sociedad decimos que tiene un comportamiento cívico. El civismo, también conocido como urbanidad, marca las pautas mínimas de comportamiento social que nos hacen vivir en armonía dentro de la colectividad. Ese término civismo tiene su origen en dos palabras  latinas, “civis” que significa ciudadano y “civitas” que quiere decir ciudad. En pocas palabras puede considerarse como el buen comportamiento de la gente cuando convive en sociedad. El civismo a grandes rasgos está considerado como el respeto al prójimo, a la naturaleza y a los objetos o útiles que nos rodean, y está basado en una buena educación, una correcta urbanidad y una adecuada cortesía. La educación, que se inicia y desarrolla en la familia con la ayuda del colegio o escuela, la urbanidad o reglas conductuales propias de la urbe y finalmente la cortesía o trato esmerado con nuestro prójimo. Las normas cívicas pueden variar de un país a otro como por ejemplo en Inglaterra donde se circula por la izquierda y aquí se debe hacer por la derecha; en Alemania, la cortesía de saludar con dos besos a las féminas no está bien visto, basta con un apretón de mano, que en los países orientales se sustituye con una leve inclinación o reverencia sin contacto personal. Como vemos pueden variar en algunas cosas pero de lo que se trata es de respetarse mutuamente para convivir felizmente. Pero no solo a las personas sino también a la naturaleza, en forma de parques y jardines, y al mobiliario urbano, como son bancos, papeleras y útiles. Cuando la persona no cumple ese rol decimos que se es incívico, gamberro, energúmeno o vándalo. Llegados hasta aquí podemos tener una sucinta idea de lo que entraña el civismo ciudadano y hacernos una idea de la situación en que nos encontramos en lo referente a ese término social. Veamos.
La circulación viaria, urbana como interurbana y tanto de peatones como de pasajeros es auténticamente caótica y peligrosa y en lo referente a conductores, en numerosísimos casos delincuencial. No hay más que ver los índices de siniestralidad para percatarse del altísimo incivismo existente. No se respetan señales, luces, bocinas, preferencias, velocidades, etc etc. Se desconocen total y absolutamente las normas de circulación con demasiados energúmenos al volante, y los responsables de hacerlas cumplir o también las desconocen o lo parece por su inoperancia. Incivismo total.
Otro aspecto en el que se ve el desarrollo cívico de un pueblo es el ruido producido en su día a día. Y sus noches correspondientes. Entendiendo por ruido cualquier sonido que por su intensidad resulte desagradable al oído. Y también el lugar donde se produce. Por ejemplo, no es lo mismo tocar insistentemente la bocina a las puertas de un hospital que hacerlo junto al Vivero Municipal. El ruido aquí producido es elevadísimo, pues supera ampliamente los estándares permitidos (no sobrepasar los 80Decibelios), llegando a más de 100 Db. y originando la aparición de futuros sordos en potencia. Y ya no digamos el ruido nocturno con las fiestas, mejor dicho bacanales del incívico vecino, desalmado energúmeno, que mete sin pedírselo su juerga en las casas colindantes, desde horas del mediodía a altas horas de la noche, impidiendo el descanso reparador diurno y nocturno de niños, adultos y mayores. Y cuando solicitas el auxilio correspondiente te dicen que se trata de una propiedad privada en la que prima la autoridad del dueño. No es incivismo es gamberrismo.
Recientemente se han instalado en algunas zonas de la ciudad unos acertadísimos gimnasios al aire libre para solaz y entretenimiento de los ciudadanos. Pues bien, poco han podido los vándalos de costumbre que los han inutilizado. Como lo leen. Y eso que tanto el Consistorio Municipal como Síder Perú previendo la existencia de esos bárbaros los construyeron de sólido metal. Pues poco han podido que se los han cargado, desde serrarlos, a cortar los asientos y desvencijarlos. Este es un ejemplo de la falta de respeto al mobiliario urbano, denominada bestialidad.
En casa tenemos una mascota, un perro pastor holandés, Toby, que entró en nuestras vidas para entre otras cosas ayudar a mi pequeño hijo que tenía miedo a los animales. Hemos conseguido el objetivo propuesto, que perdiera su temor, y ahora no puede pasar el uno sin el otro. Pues bien, el idilio ha estado a punto de romperse y todos nosotros quedarnos sin Toby. Y Toby sin vida. Resulta que la junta de vecinos del parque próximo a casa, donde pasea mi hijo con su perro, estaban estudiando la bestial propuesta de algunos en el sentido de, agárrense, poner comida envenenada para erradicar la presencia de los canes que ensuciaban el recinto. Enterado de la posibilidad de tal barbaridad, me puse en contacto con un miembro de la junta directiva que parece trasladó al resto mi disconformidad y consiguiente propuesta disuasoria. Por una parte y dada la presencia continuada del serenazgo, sancionar a los dueños de los canes que no recogieran sus excrementos y la sugerencia alternativa de la creación de dos “pipicanes” en entrada y salida del parque. “Pipicanes” consistentes en pequeños recintos cuadrados de 4X4 metros a modo de empalizada de 50cm de altura, a cielo abierto, con puerta de acceso, arena y tierras diatomeas en su interior. Estos recintos están en muchas ciudades cívicamente desarrolladas. Parece que ha surtido efecto, no lo de los “pipicanes”, sino lo de la paralización de los envenenamientos masivos. Algo es algo, ¿civismo?, está por ver.
El martes de la semana pasada, día del espectador acudí con mi familia al cine Bahía, a la sesión de la 5,45. Cual fue nuestra sorpresa al indicársenos en la entrada que no podíamos entrar con las meriendas y ante nuestro reclamo el portero nos señaló sendos carteles que rezaban: “Prohibido el ingreso de alimentos y bebidas ajenos a este local”. O sea, nos castigaron sin merienda. A la vista de lo visto, el pasado viernes volví para fotografiar los anuncios que continuaban en la puerta y que el portero intentó en vano que no retratara. Y al final muy amable y condescendiente, me dijo: “si quiere puede traer sus cosas pero en un bolso, no en la mano y a la vista, así no podrá entrar”. O lo que es lo mismo: tenemos que llevar bien escondiditos nuestros refrigerios, y lo que desconozco es si podremos tomarlos con los ojos abiertos o tendremos que cerrarlos al proyectarse la película. Hace falta ser muy bruto para establecer esa incívica norma. INDECOPI, ¿dónde estás?
Moraleja: Y todo lo dicho, en un pueblo solidario, hospitalario y fraternal. 
Así sea.

El Vigía

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