Había una vez en un país
bañado por un gran océano llamado Pacífico, cuyas aguas tenían poco de eso, una
ciudad muy próxima para unos y muy lejana para otros, que vivía de cara al mar,
con un gran puerto, muy rica en pesca y también en contaminación ambiental, que
todo hay que decirlo, y en la que habitaba una dama que no pasaba desapercibida
para nadie.
Si, como ya habrán adivinado
les estoy empezando a contar un cuento que se desarrolla en el mismo lugar del
que les narré hace dos semanas y que llevaba por título “NADIE SABE CÓMO HA
SIDO”.
Continúo con la narración. La
dama a la que antes hacía referencia era una señora, muy señora ella y además de
muy buen ver.
Cada mañana al levantarse se
dirigía al fondo de su estancia donde tenía un gran espejo ante el que se
contorneaba, se miraba y remiraba de arriba abajo una y otra vez observándose a
sí misma en toda su voluptuosidad y esplendor que no era poco. Un día que se había
levantado muy risueña, y mientras se
miraba en el espejo le canturreaba una canción: “Si tú pudieras hablar espejito
me confirmarías lo bella que……….”, cuando de pronto, se oyó una voz que salía
del espejo: “Canta, canta tu victoria, mi regia señora, pues eres la más
hermosa de todas y tu faz la más fina y suave del lugar”. ¡Era el espejo el que
hablaba!, ¡sin duda era el espejo! , que le confirmaba lo que ella veía. En
verdad estaba radiante, con sus rotundas y hermosas curvas, facciones bien
marcadas, grandes ojos deslumbrantes, boca con labios sensualmente muy
apetecibles y cabellos rubios peinados con un delicado cerquillo. Ella no salía de su asombro y desde entonces,
cada día, le cantaba a su espejo y éste le contestaba sin cansarse un día y
otro y otro más: “Canta tu victoria, mi regia señora…………………………….la más fina y
suave del lugar”.
En su trabajo, que ocupaba
por carambola pues sin duda era mujer de suerte, disponía de una vara con la
que conseguía todo lo que le proponía. Así, un día le decía: “Varita, hágase tal
cosa” e inmediatamente tal cosa estaba hecha. Otro día le decía: “Organícese un
festejo el próximo fin de semana” y rápidamente estaba organizado y celebrado.
Estaba verdaderamente alucinada con el poder que le confería su vara. Y así día
tras día.
En una ocasión y con motivo
de la celebración de San Valentín, patrón de los enamorados, decidió hacerle un
buen regalo a quien ustedes imaginan, y dicho y hecho: gracias a la varita
empezaron a salir monedas y más moneda y miles de monedas de sus orejas, hasta
superar el millón como si fuera un inagotable manantial andino.
Tan maravillada quedó del
inmenso poder de la vara que con motivo del cumpleaños de su ser más querido le
propuso hiciera lo mismo que anteriormente había conseguido. Brotaron
centenares de miles de monedas por sus lindas orejitas.
Así pues, y sin darse cuenta,
de buenas a primeras se incrementó sensiblemente su patrimonio familiar.
De esta manera, aquella vara
que todo lo podía, conseguía cuanto se proponía: unas veces cambiaba cartas
fianza, otras se inventaba certificados
médicos, otras los cambiaba a su conveniencia y vayan ustedes a saber cuántas
cosas más llegó a realizar. Todas asombrosas.
Transcurrieron unos años y
como todo en esta vida es efímero, la señora perdió su vara y sin ella los parabienes que
le proporcionaba se acabaron.
Fue tal el desfase
patrimonial familiar, que levantó las voces de alarma de aquellos que atónitos
fueron testigos de lo ocurrido. Incluso la Justicia que a veces también es
justa, a través de la Fiscalía, que esta vez tenía ganas de trabajar, tuvo que
intervenir no sólo por el aumento desorbitado y difícil justificación de aquel
patrimonio sino también por el afán desmedido de mofarse, pisotear y tratar de
sortear su acción con toda clase de actos amañados. Y en esas creo que están.
Hace unos días al levantarse
ojerosa y cansada se dirigió al fondo de su habitación y se colocó en silencio
ante su maravilloso espejo. Estaba observándose cuando de pronto y sin
esperarlo éste habló: “No cantes ya victoria, mi señora, pues además de dejar
de ser regia, tus facciones antes finas y suaves se han endurecido”.
Enfurecida, dijo la señora: ¡Como te atreves! ¿Qué estás diciendo? .Y el espejo
contestó: “¡Que tienes la cara más dura que el hormigón, mi señora”!.
El espejo dirá lo que quiera,
y es libre de hacerlo, pero la dama continuó siendo acreedora a cualquier favor
que solicitara pues a pesar de todo, y digan lo que digan, continuaba de muy
buen ver. Cerquillo incluido.
.
Moraleja: No es oro todo lo
que reluce bajo el Sol.
Así sea.
EL VIGÍA.
P/D. Cualquier parecido con
la realidad será pura coincidencia.