lunes, 24 de junio de 2013

ARTÍCULO: LA SEÑORA DEL CERQUILLO

                                                      

Había una vez en un país bañado por un gran océano llamado Pacífico, cuyas aguas tenían poco de eso, una ciudad muy próxima para unos y muy lejana para otros, que vivía de cara al mar, con un gran puerto, muy rica en pesca y también en contaminación ambiental, que todo hay que decirlo, y en la que habitaba una dama que no pasaba desapercibida para nadie.
Si, como ya habrán adivinado les estoy empezando a contar un cuento que se desarrolla en el mismo lugar del que les narré hace dos semanas y que llevaba por título “NADIE SABE CÓMO HA SIDO”.
Continúo con la narración. La dama a la que antes hacía referencia era una señora, muy señora ella y además de muy buen ver.
Cada mañana al levantarse se dirigía al fondo de su estancia donde tenía un gran espejo ante el que se contorneaba, se miraba y remiraba de arriba abajo una y otra vez observándose a sí misma en toda su voluptuosidad y  esplendor que no era poco. Un día que se había levantado muy risueña, y  mientras se miraba en el espejo le canturreaba una canción: “Si tú pudieras hablar espejito me confirmarías lo bella que……….”, cuando de pronto, se oyó una voz que salía del espejo: “Canta, canta tu victoria, mi regia señora, pues eres la más hermosa de todas y tu faz la más fina y suave del lugar”. ¡Era el espejo el que hablaba!, ¡sin duda era el espejo! , que le confirmaba lo que ella veía. En verdad estaba radiante, con sus rotundas y hermosas curvas, facciones bien marcadas, grandes ojos deslumbrantes, boca con labios sensualmente muy apetecibles y cabellos rubios peinados con un delicado cerquillo.  Ella no salía de su asombro y desde entonces, cada día, le cantaba a su espejo y éste le contestaba sin cansarse un día y otro y otro más: “Canta tu victoria, mi regia señora…………………………….la más fina y suave del lugar”.
En su trabajo, que ocupaba por carambola pues sin duda era mujer de suerte, disponía de una vara con la que conseguía todo lo que le proponía. Así, un día le decía: “Varita, hágase tal cosa” e inmediatamente tal cosa estaba hecha. Otro día le decía: “Organícese un festejo el próximo fin de semana” y rápidamente estaba organizado y celebrado. Estaba verdaderamente alucinada con el poder que le confería su vara. Y así día tras día.
En una ocasión y con motivo de la celebración de San Valentín, patrón de los enamorados, decidió hacerle un buen regalo a quien ustedes imaginan, y dicho y hecho: gracias a la varita empezaron a salir monedas y más moneda y miles de monedas de sus orejas, hasta superar el millón como si fuera un inagotable manantial andino.
Tan maravillada quedó del inmenso poder de la vara que con motivo del cumpleaños de su ser más querido le propuso hiciera lo mismo que anteriormente había conseguido. Brotaron centenares de miles de monedas por sus lindas orejitas.
Así pues, y sin darse cuenta, de buenas a primeras se incrementó sensiblemente su patrimonio familiar.
De esta manera, aquella vara que todo lo podía, conseguía cuanto se proponía: unas veces cambiaba cartas fianza, otras se inventaba  certificados médicos, otras los cambiaba a su conveniencia y vayan ustedes a saber cuántas cosas más llegó a realizar. Todas asombrosas.

Transcurrieron unos años y como todo en esta vida es efímero, la señora  perdió su vara y sin ella los parabienes que le proporcionaba se acabaron. 
Fue tal el desfase patrimonial familiar, que levantó las voces de alarma de aquellos que atónitos fueron testigos de lo ocurrido. Incluso la Justicia que a veces también es justa, a través de la Fiscalía, que esta vez tenía ganas de trabajar, tuvo que intervenir no sólo por el aumento desorbitado y difícil justificación de aquel patrimonio sino también por el afán desmedido de mofarse, pisotear y tratar de sortear su acción con toda clase de actos amañados. Y en esas creo que están.

Hace unos días al levantarse ojerosa y cansada se dirigió al fondo de su habitación y se colocó en silencio ante su maravilloso espejo. Estaba observándose cuando de pronto y sin esperarlo éste habló: “No cantes ya victoria, mi señora, pues además de dejar de ser regia, tus facciones antes finas y suaves se han endurecido”. Enfurecida, dijo la señora: ¡Como te atreves! ¿Qué estás diciendo? .Y el espejo contestó: “¡Que tienes la cara más dura que el hormigón, mi señora”!.  

El espejo dirá lo que quiera, y es libre de hacerlo, pero la dama continuó siendo acreedora a cualquier favor que solicitara pues a pesar de todo, y digan lo que digan, continuaba de muy buen ver. Cerquillo incluido.
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Moraleja: No es oro todo lo que reluce bajo el Sol.
Así sea.
EL VIGÍA.

P/D. Cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia.

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