domingo, 2 de junio de 2013

ARTÍCULO: NADIE SABE CÓMO HA SIDO



Había una vez, en un hermoso país bañado por un inmenso océano, una ciudad muy próxima para unos y muy lejana para otros en la que las cosas no funcionaban nada bien. Lo de bien es un decir pues la verdad es que sobra, ya que no funcionaba nada. Como habrán adivinado estoy narrándoles un cuento.
Ocurría, que la justicia era injusta; la seguridad insegura; los banqueros usureros;  el gobernador no gobernaba; los regidores no regían; los empleadores no empleaban; los trabajadores no trabajaban; los estudiantes no estudiaban; los jóvenes eran viejos y los viejos parecían jóvenes; los vendedores no vendían; en los comedores no se comía; lo barato, caro y en fin, la pobreza, abundante. Los que sí hacían algo eran los delincuentes que delinquían.
Los problemas eran tan evidentes que incluso los veían los invidentes.
Ante tal situación, con el objeto de revertirla, las principales autoridades numerosas por cierto, decidieron reunirse para tratar entre todos, buscar alternativas para salir del caos en el que se encontraban.
Tras muchas discusiones acordaron hacerlo en el salón de actos del Concejo que era el lugar con las instalaciones más adecuadas, por su amplitud, para acoger a tantas personas.
Una vez reunidos, cada uno de ellos fue haciendo con la mejor intención sus aportaciones para solucionar tantos problemas.
Así, uno propuso: “Las fuerzas del orden deben actuar con más contundencia y no sólo con gases lacrimógenos ”. Un segundo dijo:” Hay que aumentar a 14 horas la jornada laboral”. Un tercero: “Los problema vienen del profesorado que trabajan poco y cobran mucho”. Y otro: “Hay que refinanciar los créditos concedidos para que la gente consuma más”. De esta manera fueron aportando cada uno sus opiniones hasta que de pronto, dando un fuerte golpe sobre la mesa, se hizo el silencio absoluto y, otro de los asistentes levantando la voz dijo: “¡Basta ya, hay que declarar el estado de emergencia y que el ejército salga a la calle!”. La propuesta fue recibida con muchos aplausos.
En estas estaban, cuando se oyó un estruendo monumental, como una explosión. Se miraron unos a otros asustados y no les dio tiempo a más pues la sala de juntas en la que se habían reunido se inundó  rápidamente por una gran ola de agua salada. Era el temido Tsunami o Maremoto, tan anunciado en días anteriores. Los barrió a todos. Precísamente a ellos, que habían sido los únicos que debido a su ingente trabajo no habían podido practicar los simulacros de supervivencia, como sí había hecho el resto de la población. Perecieron todos los reunidos, lo más selecto de aquella sociedad.
El panorama era desolador, toda la parte baja de la ciudad  estaba inundada por las embravecidas aguas. Tan grande fue el desastre que las fotos en color que se hicieron salieron en blanco y negro.
Se habían salvado, a Dios gracias, la mayoría de ciudadanos, aquellos que habían practicado los simulacros previstos y que se amontonaban junto a una gran cruz que coronaba la montaña a la que habían corrido despavoridos para refugiarse.
Como les cuento, única y lamentablemente habían perecido aquellos que cumpliendo, como siempre, con su deber fueron masacrados en sus puestos de mando.
Los ciudadanos los lloraron largamente (algunas malas lenguas susurraban que lo hacían de alegría y felicidad), en agradecimiento a su desprendimiento y laboriosidad.

Ahora, transcurrido no mucho tiempo, las aguas han vuelto a su cauce y las cosas han cambiado como por arte de magia: el pescador pesca, el pagador paga, el trabajador trabaja, el presidente preside, el regidor rige, la justicia es justa, la seguridad es segura, en los comedores se come, abunda la abundancia y así sucesivamente.
Siempre permanecerá en la memoria de la población el heroísmo de aquellos próceres que se sacrificaron por su ciudad en acto de servicio. Todavía no se les ha erigido un monumento por su gesto, pero todo se andará pues la gente bien nacida no olvida con facilidad.

Nadie sabe cómo ha sido, pero la realidad es que en esa ciudad, ahora ejemplar, da gusto vivir pues ha evolucionado mucho y es la antítesis de aquella en la que reinaba la desidia y el abandono. Todos, absolutamente todos, desde los trabajadores que ya cobran, pasando por los informadores que ahora informan, hasta los  maestros a los que por fin se les ha subido el sueldo y se les trata de usted, están felices y comen perdices.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Moraleja: Dime que Tsunami temes y te diré quién eres.
Así sea.
EL VIGÍA.


p/d  Cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia o  casualidad.

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