La
imagen que de nosotros se formen quienes nos rodean determinará que seamos
aceptados o no, tal y como nosotros pretendemos ser percibidos. Y esto es
motivado porque una cosa es la imagen que nosotros pretendemos dar y otra
posiblemente diferente la percibida por nuestros interlocutores o receptores.
Importante es saber que una primera impresión producida puede ser definitiva en
la aceptación de una imagen. La imagen que proyectamos ante los demás depende
en primer lugar de nuestro aspecto físico, continúa con lo que dejamos entrever
de nosotros mismos y termina formándose con la idea que los demás se han hecho
de nosotros. El aspecto físico es determinante pues es el adelanto de la
tarjeta de presentación, que no se limita únicamente al cuerpo sino a una serie
de cosas que lo acompañan como son la vestimenta, el peinado, la gestualidad,
la higiene y todo cuanto es visible en la persona. Lo que dejamos ver de
nosotros es lo que transmitimos mediante nuestro lenguaje verbal y/o no verbal.
En síntesis, el tipo de lenguaje que empleemos, el tono utilizado, la dicción,
la facilidad de expresión y la gestualidad y movimientos empleados. O sea, cómo
y de qué manera transmitimos nuestro mensaje y sobre todo como es percibido por
el receptor. También conforma la imagen nuestro comportamiento social, cómo es
la trayectoria seguida, formación alcanzada, las aficiones, costumbres y estilo
de vida. Finalmente, la imagen pública se ve conformada por la credibilidad
conseguida ante la audiencia.
A
quienes importa profundamente su imagen pública es a políticos y personajes
relevantes de la sociedad, que un día sí y otro también van a estar sometidos al escrutinio de la
población, a la que se deben. Estos personajes saben que los puntos fuertes a
trabajar son todos y cada uno de los anteriormente tratados, insistiendo
continuamente sobre ellos para mejorar en lo posible su imagen pública. Quizá
el apartado más costoso de trabajar y conseguir es el de la credibilidad a la
hora de comunicar el mensaje, aspecto determinante del posible éxito. Los
asesores de imagen siempre intentan potenciar las cualidades del cliente,
minimizando todo lo que de negativo pudiera tener. Aquella credibilidad se va a
convertir en un aspecto decisivo y
determinante a la hora de la formación de la imagen pública. En otras palabras,
la idea transmitida puede ser excelente y realizable pero de poco sirve si
quien la dice lo hace de manera fingida pues tarde o temprano, más bien esto
último, acabará desenmascarado y su imagen por los suelos. Por eso una imagen
pública sólida y duradera debe estar basada en lo que en realidad es ese
individuo. Y la experiencia nos dice que hay muchas, demasiadas imágenes superficiales
y falsas.
Una
vez hecha esta introducción acerca de la Imagen pública en general veamos un
poco más de cerca las imágenes que están transmitiéndonos quienes están en
candelero en nuestra vida política actual y más concretamente en las elecciones
2016.
Hemos
sido testigos de cómo la imagen pública de Alfredo Barnechea, en un principio
en franco crecimiento se vio como poco a poco iba eclipsándose y finalmente en
retroceso. Quizá su vestimenta conservadora y tradicional, comparada con otros
contendientes, le dio un aspecto más distante del electorado que finalmente se
vio confirmado con sus negativas a utilizar un sombrero serrano ofrecido y
posteriormente su rechazo a unos “chicharrones”
también ofrecidos por sus seguidores.
En
el caso de César Acuña, su imagen de hombre hecho a sí mismo, se intentó
deteriorar por unos medios de comunicación y un partido político que lo
acusaron de plagio, del que todavía no hay constancia autorizada y fidedigna de
tal. Además un tribunal de honor, en pleno siglo XXI, lo trato de indigno
aspirante a la Presidencia de la República, y un JNE lo “descarriló” del
proceso electoral de forma bastante discutible. Pues bien, después de todo esto,
su partido político Alianza por el Progreso obtuvo el cuarto lugar en
representación parlamentaria por encima de
Acción Popular y Alianza Popular. Su imagen pública emprendedora,
luchadora y triunfadora persiste, a pesar de todo.
De
forma muy similar Julio Guzmán con una imagen inicialmente fuerte y bien proyectada, sorpresa para los poderes
fácticos, se vio también apeado por esos mismos poderes que no pudieron aceptar
la presencia de tal intruso. Su imagen de líder, joven, moderno, fotogénico, y
atrevido, barrió en su momento, para como digo, ser apeado por el JNE. Su
imagen pública ha sido potenciada y permanece intacta y a la expectativa.
Los
casos de Keiko y Pedro Pablo merecen más líneas. En el aspecto físico sus
diferencias son notables. Ella, joven y atractiva, con gran empatía, vestimenta
deportiva que realza su encanto, con polo blanco, que implica pureza, limpieza
y claridad, mientras el otro con aspecto de abuelito cansado y experimentado,
ha cambiado los anacrónicos tirantes americanos de épocas anteriores por una
correa negra, camisa blanca, gafas y dientes de oro, con movimientos torpes e
inseguros y gorrita a elegir entre el blanco y el rojo. Una, con imagen de
luchadora y emprendedora y el otro con la de hombre experimentado y sin
sobresaltos. Una, la inquietud y otro, la tranquilidad. En sus mensajes
verbales, ella es de una dicción y entonación correcta y él con un deje
americanizado y monótono. En los no verbales o gestuales ella utiliza su mano
izquierda para aseverar y afirmar y él se mueve poco en el escenario. En lo
referente a su comportamiento social ambos mantienen una discreta lejanía sobre
el electorado. Finalmente está la credibilidad transmitida. En el caso de Keiko
está en entredicho, pues a pesar de sus esfuerzos declaratorios de Harvard, y
de los 10 compromisos leídos en el debate presidencial, las declaraciones de
sus diputados, ”salida por la puerta grande”, “Leyes por un tubo”, “son primos
hermanos de terroristas” y finalmente la contradictoria rebelión de su hermano
Kenji hacen que ofrezca serias dudas su credibilidad. En lo referente a Pedro
Pablo, su credibilidad no se ha visto afectada hasta la fecha por su gente que
permanece fiel y en silencio. Su mensaje es claro y excepto su salida de tono
con un periodista en el caso del gas, es creíble, incluido su deseo de que los
presos mayores “purguen” condenas en sus casas.
Moraleja:”
Ser esclavo de la propia imagen puede llegar a desvirtuar a una persona”.(
Enrique Rojas)
Así
sea.
EL
VIGÍA
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