Es muy delgado, y el pelo que
en su día fue intensamente negro ahora está ya canoso. Parece bastante mas alto
que sus 1,70 m.. Quizá la falta de kilos
acentúa su esbeltez. Se hace llamar Amador que es su nombre de pila y es culto
y refinado.
A sus ochenta y dos años
mantiene la lucidez mental de los cuarenta y la de los cincuenta en lo que se
refiere al físico, aunque últimamente está sufriendo unas molestias gástricas que
le llevan preocupado.
Amador, es vigilante diurno
en una zona contigua a donde yo vivo. Trabaja por su cuenta y riesgo
responsabilizándose de una larga y ajardinada cuadra y cobrando la voluntad (más
bien pequeña) que aportan algunos vecinos. Empieza su jornada a las seis y
media de la mañana hasta la misma hora de la tarde, en total doce horas
diarias, librando únicamente los miércoles. Ha ejercido esta profesión durante
toda su vida y hace años se mal jubiló legalmente pues con la mísera pensión
que le dieron no le quedó otra alternativa que seguir al pie del cañón sobre
todo por las cargas familiares que mantiene.
Vive en la “Libertad”, a
cinco cuadras de la parada de cualquier combi o colectivo que pase por la Avda.
Meiggs, o sea bastante lejos, con su mujer y dos hijas, ambas maestras, ya que
los otros seis hijos que quedan vivos de los once que tuvo en total con sus
tres parejas (Amador siempre supo hacer honor a su nombre) ya están
independizados. Bueno, es un decir ya que uno de ellos está sin trabajo y es
atendido en casa así como una de las maestras, una joven encantadora a la que
le falta que le den el título y está a verlas venir.
Nos conocimos hace unos meses, una tarde, en
uno de mis paseos por la zona. Tras largas y variadas conversaciones
congeniamos y coincidimos en muchos aspectos de los diferentes temas que
abordamos. Ahora nos vemos todas las tardes y continuamos intercambiando
opiniones.
Pero a Amador lo tiene frito,
amargado y bastante preocupado pues el trato que le dispensa es impropio de un
señor de la categoría que aparenta.
Resulta que un mal día el
“Pelao” lo llamó:”Eh tú, ven aquí”. El bueno de Amador se acerco y le dijo en
tono imperativo:”Ves todos esos papeles y bolsas que hay ahí tirados,
(señalando el jardín central de la
comunidad) pues ya puedes ir recogiéndolos y dejando todo limpio”. Amador que
no salía de su asombro contestó:” Señor, no es mi función, sólo soy vigilante
de la comunidad”, se dio la vuelta y lo dejó. Como es lógico se sintió herido
en su dignidad y muy dolido por la despótica actitud del “Pelao”, aunque de sus
labios no salió improperio alguno.
El domingo pasado Amador le
abordó y recordó que con esa eran cuatro semanas que le adeudaba, en total
treinta y dos soles, a lo que echándose la mano al bolsillo de mala gana sacó
varios billetes, cogió uno de veinte soles y se lo dio diciéndole: “ Lo demás, más
adelante “. Al parecer hace lo mismo con el jardinero al que también lleva por
la calle de la amargura.
Este “importante” señor tiene
su vereda encerada y peatón que pasa, resbalón correspondiente, siendo
verdaderamente peligroso transitar por ella. Cuando se le ha advertido del
riesgo que entraña para los transeúntes ha hecho caso omiso, o lo que es lo
mismo: En mi casa hago lo que me da la gana. Al parecer todavía no se ha
enterado de que los accidentes que ocurran por ”su
encerado” son de exclusiva responsabilidad civil suya. Aparte de su autoritarismo,
altanería y racanería, lo más
significativo es la falta de solidaridad y respeto al prójimo. Claro está que
éste es un mal bastante generalizado sobre todo en cierta clase de personas que
hacen ostentación de “poderío” y “grandeza “.
Así que Amador, tendrá que seguir trabajando y continuar financiando
inmerecidamente a algún “señorito” y, no me refiero sólo al “Pelao”, sino
también a ese otro más grande e importante llamado Estado que es quien le paga
tan mísera e impresentable pensión tras muchos años de trabajo. De este tema
hablaremos detenidamente otro día pues merece la pena.
Así sea.
El vigía
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