Que
los hidrocarburos han pasado a ocupar un lugar preponderante en la sociedad
actual es una verdad, como también lo es que se han convertido en un bien
costoso de obtener tras fuertes inversiones dinerarias. Las grandes compañías
multinacionales se pelean por la obtención de los permisos de exploración
primero y de explotación después de los pozos
petrolíferos a lo largo y ancho de la geografía mundial. Ha llegado a
tal punto su hegemonía que sin él o sus derivados la vida cotidiana se
paralizaría. Así vemos como los vehículos a motor tienen como carburantes a los
hidrocarburos licuados, llámense petróleo, gasolinas, o gas. Y eso, lo de la
paralización, lo hemos constatado cuando por motivos no muy claros ha habido
desabastecimiento de carburantes. No solo hay largas colas ante los surtidores
sino subidas intempestivas de precios sin justificación alguna. Y es que ese
combustible, palabra que proviene de combustión, y por lo tanto arde, ha pasado
a ser tan importante en nuestra vida de relación que ha llegado a ser conocido
como “oro negro”. A una sustancia aplicarle el título de “oro” es dignificarla
de tal manera que hace que muy posiblemente sea considerada como si de tal
preciado metal se tratara, cuando en realidad se trata de una sustancia
orgánica obtenida por la putrefacción de otras y con claras connotaciones
contaminantes. En otras palabras, se trata de un tesoro que se obtiene de la
porquería, con unas características que lo hacen peligroso para el medio
ambiente y para el hombre. En el medio ambiente los derrames petrolíferos
originan devastaciones y contaminaciones de tierras y ríos en extensas zonas de
la geografía, con difíciles y costosísimas rehabilitaciones. En la vida de
relación de las personas vemos que es muy utilizado, no ya solo como decía
antes, en la locomoción sino también en la industria y en el día a día de todos
nosotros. Por ejemplo, es utilizado como limpiador desengrasante. Cuando
llevamos el coche al taller nos ofrecen un buen petroleado del motor, y otra utilización,
aberrante utilización, ha llegado a los domicilios de muchas gentes,
demasiadas, donde es utilizado por el ama de casa como desengrasante y limpiador
del suelo en lugar del jabón o la lejía. Personalmente he visto como al entrar
en algunas casas, había un fuerte olor a petróleo y ante la pregunta estaba la
respuesta: ”Todos los días limpiamos el
suelo con petróleo”. Gravísimo error por la peligrosidad que entraña respirar
los vapores que desprende en el proceso de evaporación. Ese fuerte olor, para
bastante gente, atrayente, equivale al esnifado de cualquier droga, pues los
vapores desprendidos del petróleo y sus derivados son vapores orgánicos
depresores del sistema nervioso central, realizando una acción, como digo
similar a la de cualquier droga. Una forma de drogadicción muy extendida entre
los jóvenes consiste en esnifar gasolina. Así pues, si impregnamos el suelo de
nuestra sala con petróleo, las moléculas de ese hidrocarburo estarán invadiendo
el aposento y contaminando el aire respirable del área. Esa contaminación se
traducirá en nuestro organismo en un “colocón” posiblemente continuado, que irá
debilitando paulatinamente nuestro sistema nervioso central. Exactamente igual
ocurre con pintores que utilizan disolventes en la composición de la pintura
y/o limpieza de los útiles. La forma de protegerse de esos vapores orgánicos es
utilizándolos de forma que nos coloquemos a favor del viento en los espacios
abiertos y en los cerrados utilizando filtros respirables que contengan carbón
activo. Es importante saber que una mascarilla convencional sin carbón activo
no nos protegerá en absoluto ante las moléculas de los vapores orgánicos, como
son las de los hidrocarburos y sus derivados. La mascarilla convencional nos
servirá para protegernos únicamente de las partículas: polvo, nieblas y humos,
más no de las moléculas en suspensión. Pero el sumun, por ahora, de los
despropósitos nos llega de Chumbivilcas (Cuzco) donde dos hermanos, Óscar de 17
años y Juan de 10, se inyectaron sendas dosis de petróleo en sus cuerpos. ¡Ni
que fueran motores petroleros de inyección directa!. Y es que el bueno de
Óscar, al igual que otros muchos jóvenes de su edad, había sido “seducido” por
ese programa tan formativo, educativo y sugerente que se llama “Esto es Guerra”
y donde al parecer uno de los “ejemplares” manifestó que su musculatura
espectacular la había conseguido mediante inyecciónes de petróleo. Dicho, y hecho.
Oscar se va a la tienda del pueblo, compra un sol de combustible y una jeringa
y empiezan el experimento en su perro. Posteriormente se aplica sendas dosis de
10cc en cada pierna y brazos, en la creencia de que así aumentaría su
musculatura para llegar a parecerse a su ídolo del programa televisivo. Inyecta
también en la pierna de su hermano pequeño. Y……¡Oh, desilusión!. Lo único que aumentan son los
dolores y la paralización de los miembros de los muchachos que tienen que ser
ingresados de urgencia. Aparece necrosis muscular con infecciones recurrentes.
Los cirujanos tienen que hacer repetidas intervenciones quirúrgicas para ir eliminando
los tejidos muertos de las zonas afectadas, sobre todo en el hermano mayor, el
más afectado. A todo esto, pueden dar gracias a que las inyecciones fueron
subcutáneas pues si hubieran sido endovenosas el desenlace hubiera sido
inmediato y no lo hubieran podido contar. Mientras tanto su madre, Sebastiana
Huallpa, al cuidado de otros siete hijos más, culpó directamente al programa de
televisión por lo ocurrido, pensando
incluso en la denuncia penal. Al igual que la Sra. Huallpa, psicólogos,
pedagogos y sociólogos coinciden en la peligrosidad de los programas basura en
los que se exaltan antivalores que influyen negativamente en el desarrollo
intelectual, cognitivo y afectivo de miles y miles de televidentes que están en
período de formación. Al igual que la comida basura, caracterizada por la
acumulación de grasas insalubres y propia de sociedades “desarrolladas” en las
que el negocio y el dinero es lo principal, también existen los “programas
basura” sucedáneos de programas que podrían ser de evasión pero que en realidad
son de deformación. No es de recibo que programas como el aludido, en los que
se hace una exaltación de la banalidad
como puede ser el cuerpo, la fuerza y la suerte, unido a un componente
inequívocamente sexual arrasen en la programación. Si bien es muy posible que
no haya nada judicialmente perseguible, si brilla por su ausencia una
autocensura de los propios medios que prefieren el escándalo y la bazofia que
les reporta pingûes beneficios, en vez de potenciar los programas de sana
evasión y pasatiempo en cumplimentación del rol social que deben cumplir.
Moraleja:
“Hay programas de tv más peligrosos que los hidrocarburos”
Así
sea.
EL
VIGÍA.
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